Escribe: Enrique Castillo, periodista.
¿Existe la posibilidad de alianzas con miras las próximas elecciones? Ese es el mejor de los deseos de muchos electores, pero las cosas no parecen fáciles.
Durante la última década, los propios políticos, de todas las tiendas y de todas las tendencias han promovido una polarización en el escenario político que cada vez se ha hecho más evidente y más confrontacional.
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Ya no sólo vivimos el “bipartidismo” del fujimorismo versus el antifujimorismo que imperó en nuestra vida política por varios períodos electorales y que amenaza con cobrar mucha fuerza este próximo año, sino que hemos agregado a ella la batalla entre los “caviares” y los “anticaviares”, derecha contra la izquierda, DBA versus liberales, izquierda contra los radicales, y un largo etcétera.
Se han ido formando y alimentando tantas “categorías” que el electorado ya no las sabe identificar, ni sabe cuáles los representa. Pero los políticos sí las reconocen y las enfrentan, sacando lo mejor de su artillería para atacar a sus enemigos o rivales en cuanta oportunidad tienen.
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¿Podrá saber la población cuál es la diferencia entre DBA y liberales, o entre libertarios o liberales, entre derecha y fujimorismo? ¿Sabe la diferencia entre caviar e izquierdista, o entre izquierdista y radical?
Frente a esta lucha, que con mucha estridencia se vive en los escenarios políticos como el Congreso, los medios de comunicación, y las redes sociales, y a la que muchas veces el electorado es ajeno, está la fragmentación que se vive a nivel de la población, y que no necesariamente está marcada por las mismas orientaciones que caracterizan a los políticos.
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Las diferencias sociales, regionales, étnicas, económicas, territoriales, y obviamente también las políticas, pero con un claro tinte regional o regionalista, son las que provocan esa fragmentación a nivel de la población en casi todas las regiones que no sean Lima.
Así las cosas, las aspiraciones y frustraciones de algunas regiones de la costa norte son distintas a las de las regiones del sur andino, así como las de los pobladores de las regiones de la selva son diferentes a las de las dos antes mencionadas. La sierra norte tiene también distintas aspiraciones y frustraciones a las de los ciudadanos de la costa sur, y los de la sierra centro son otras en relación a las de Lima regiones, que a su vez son diferentes a las de quienes viven en Lima Metropolitana.
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Esa fragmentación no tiene ninguna relación con la polarización que viven los políticos. Y quizás por eso, existe esa desconexión tan marcada entre los políticos, con o sin partido, y los electores.
Mientras los políticos en el Congreso buscan reformar la Constitución para beneficiarse de cualquier manera en las elecciones; las regiones buscan soluciones a sus particulares problemas. Mientras los políticos quieren ganar la “guerra ideológica” a sus rivales; la población quiere seguridad, agua, luz, vivienda, etc.
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Lo curioso es que la polarización que promuevan los políticos ha dado origen a una nueva fragmentación que afecta solo a los políticos y que no tienen nada que ver con la que vive la población nacional, sino que está relacionada con los odios, diferencias, apetitos, egos, y hasta sutilezas de políticos y entre políticos.
Cerca de cuatro decenas de partidos con potenciales candidatos muestra no solo la fragmentación política, sino, además, la inmadurez política, la ambición desmedida, el egoísmo y el egocentrismo, de esa clase política.
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La polarización exacerbada y la fragmentación política son las que hacen muy difícil la formación de alianzas que puedan ser atractivas, consistentes, coherentes.
¿Cuántos partidos “fuertes y representativos” o líderes estarán dispuestos a formar una alianza con el fujimorismo si lleva como candidato a Alberto Fujimori? ¿Cuántos líderes de la misma derecha lo harían?, ¿Rafael Belaúnde, Fernando Cillóniz, Carlos Neuhaus?
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En la otra orilla seguramente hay varios partidos y líderes que con tal de cerrarle el paso al fujimorismo con Fujimori estarían dispuestos a integrar planchas o hacer alianzas con Dios o con el Diablo, aunque eso signifique sacrificar ¿principios?, programas, o puestos.
A Carlos Añaños le han dado duro por conversar con “caviares” o gente de centro, y prácticamente lo tildan de izquierdista.
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¿Estarán dispuestos César Acuña, Hernando de Soto, Francisco Sagasti o la misma Keiko Fujimori a postular a una vicepresidencia con tal de formar una alianza atractiva y consistente para respaldar a un rostro nuevo?
Pero la formación de alianzas no se trata solo de nombres o candidatos, que es de lo que lamentablemente se habla primero en el país. Se trata básicamente de voluntades, coincidencias en las orientaciones y en las acciones, en la definición de prioridades y de programas.
Y ahí es donde la polarización hace nuevamente su trabajo. ¿Cuántos están dispuestos a “coincidir” en temas de educación, de economía, de trabajo o reforma laboral, de descentralización, de familia, de reformas constitucionales, o de reformas electorales, pero no en las grandes líneas, sino en las acciones concretas o en los detalles?
El reto de formar una alianza sólida, consistente y coherente es muy grande. Pero hay que estar dispuesto a dejar a un lado la polarización y la fragmentación.
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