Francisco Bobadilla Rodríguez, Profesor de la Universidad de Piura. Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales
Los tiempos que nos toca vivir son, ciertamente, nuevos. La globalización nos trae vientos que, en más de una ocasión, nos despeinan y esquilman la economía. El Perú mismo tiene un entorno social, político y económico inédito. En medio de estas aguas revueltas navegamos, ciudadanos de a pie y empresas. Tiempos nuevos y agitados que piden al empresario unas virtudes morales que, precisamente, lo definen como emprendedor. Empecemos con la virtud de la fortaleza. Una virtud cuyos tres componentes son necesarios para hacer empresa. En primer lugar, la capacidad de afrontar los riesgos y amenazas. El entorno no es fácil, hay obstáculos. Con la fortaleza le damos cara a los problemas. No se huye, se afronta.
Encarar los problemas no lo es todo. La virtud de la fortaleza otorga una segunda capacidad, la de emprender. El empresario emprende proyectos, asume los riesgos, se crece ante los problemas, lo suyo no es la parálisis; por el contrario, abre caminos en medio de la maraña de dificultades; genera valor, puestos de trabajo, pone en movimiento la economía. Finalmente, hay que darle continuidad a la empresa y, para eso, la virtud de la fortaleza despliega una tercera capacidad en el talante del empresario: resistencia. Ánimo templado para sostener en el tiempo el emprendimiento y sortear los obstáculos previsibles e imprevisibles de toda gestión empresarial.
El nuevo tiempo que nos toca vivir requiere, por tanto, de un claro afán de logro otorgado por la virtud de la fortaleza, condición necesaria para todo emprendimiento, pero no suficiente para ganar legitimidad o licencia social (en sentido amplio del término). Para esto último, la nueva cultura pide al empresario un nítido afán de servicio que le lleve a ver en toda oportunidad de negocio, una ocasión para contribuir al bienestar de la comunidad. Servicio fundado en la virtud de la justicia para dar a cada cual lo suyo: salarios justos, productos y servicios de calidad, pago de impuestos, cuidado ecológico.
La nueva cultura empresarial requiere de emprendedores fuertes, justos, solidarios y magnánimos; con afán de logro y de servicio a la vez. Ganancia y servicio se complementan, no están reñidos. Sin afán de logro no hay creación de valor, sin afán de servicio sólo queda la codicia descarada. La empresa que reclama nuestro tiempo ha de ser socialmente responsable, pero no porque barniza sus operaciones con retórica moralista, sino porque cada uno de sus miembros (alta dirección; y dirección intermedia, de modo muy particular) se ha tomado en serio que la integridad ética personal y profesional es el mejor modo de acabar con la corrupción: sin exigencia ética no hay excelencia empresarial.