Escribe: Pia Zevallos, gerente General de Libélula.
La Amazonía es el bosque tropical más extenso del planeta, ocupa cerca del 40% de la superficie de América y se extiende en Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador, Guyana, Perú, Surinam y Venezuela (OTCA, 2023). Esta región enfrenta desafíos críticos, como la transición de un bosque húmedo a uno más seco por el cambio climático, y una disminución en su capacidad como sumidero de carbono, exacerbados por la deforestación, que ha llevado a la pérdida aproximada de 85 millones de hectáreas de bosque durante el 2021, según Conservación Amazónica.
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Frente a ese contexto, la inversión en conservación debe ser una prioridad. La implementación de mecanismos financieros innovadores como pagos por servicios ambientales (PSA), compensaciones por biodiversidad, bancos de hábitat, créditos de carbono y fondos de agua destacan en esta lucha. La Coalición Verde de bancos anunció durante la COP 28, que aspiran movilizar alrededor de 20 mil millones de dólares para financiar inversiones en la región amazónica, y en Perú, se han asignado más de 14 mil millones de soles en proyectos de inversión en la Amazonía, de acuerdo a Proinversión.
La bioeconomía en la Amazonía tiene el potencial de crecer significativamente. Al analizar solo 13 productos como el açaí, el cacao y la miel, el estudio New Economy for the Brazilian Amazon concluye que estos bienes podrían incrementar el PBI de la bioeconomía brasilera en al menos $8 mil millones al año, lo que resalta la capacidad de crecimiento económico asociada a la conservación de la Amazonía y el uso sostenible de sus recursos. La implementación de un nuevo modelo económico representa un compromiso financiero considerable, estimado en más de $541 mil millones hasta 2050 (Mongabay, 2023).
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Consideramos vital que más actores públicos y privados, de los países que conforman la región amazónica, trabajen de manera articulada e inviertan en proyectos en beneficio de la Amazonía, a través de finanzas verdes. Esto es más urgente si consideramos que cada vez se aglutinan más intereses de actividades ilegales alrededor de este territorio, pudiendo hacer que la degradación y deforestación de este activo clave para el futuro, sean irreversibles.
Debemos reconocer el papel insustituible de la Amazonía no solo como un bastión de biodiversidad, sino también como un motor económico vital para el desarrollo de América del Sur. Se estima, según Sefor, que el bosque amazónico del Perú al 2019 aportó alrededor de 1.04% de la economía nacional, es decir, un valor estimado de 7,909 millones de soles, y podría ser mucho más.
El próximo año durante la COP30, que será en Belém - Brasil, la Amazonía tomará un papel determinante en la lucha contra el cambio climático. Consideramos crucial que el sector privado pueda responder con prácticas e inversiones sostenibles, demostrando un compromiso tangible hacia la conservación de este ecosistema esencial para la humanidad.
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