Escribe: Máximo Torero, economista jefe de FAO.
Nos encontramos en un punto crucial de nuestra historia. En un extremo, respiramos aire limpio y comida abundante, y vislumbramos un horizonte teñido de verde por los procesos de reforestación y prácticas agrarias sostenibles, oyendo cómo vibra el suelo al ritmo de la energía limpia. En el otro extremo, la pesada carga del aire contaminado nos recuerda el precio de la inacción, mientras la tierra se resquebraja bajo el peso de un clima implacable y la biodiversidad se desvanece en un silencio ensordecedor.
En este cruce de caminos, tenemos una elección que hacer. La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) en su lucha contra el cambio climático nos indica una ruta clara, marcada por un nuevo paradigma y por acciones y medidas concretas a lo largo de tres años.
Siguiéndola podremos revertir la crisis que nos acecha y encaminarnos hacia un futuro donde la armonía entre la humanidad y la naturaleza sea una realidad tangible. Podremos trabajar juntos para restaurar los ecosistemas dañados, adoptar prácticas agrícolas sostenibles y promover un consumo responsable de recursos. Podremos construir un mundo donde la comida sea accesible para todos, en el cual la justicia social y ambiental vayan de la mano.
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El tiempo apremia, pero aún no es demasiado tarde. Tenemos la oportunidad de cambiar el curso de la historia, de dejar atrás el legado de destrucción y abrazar un futuro de esperanza y prosperidad para las generaciones venideras. La elección está en nuestras manos, como consumidores, como ciudadanos y como parte de un sistema internacional cada vez más entrelazado.
Ante la preocupante proyección de 600 millones de personas afectadas por el hambre para el 2030 y la intensificación de la crisis climática global, esta hoja de ruta mundial es más que una guía; es un llamado a la acción, un compromiso colectivo para redefinir y reestructurar la manera en que producimos y consumimos alimentos. Traza el camino hacia sistemas agroalimentarios que no solo satisfacen las necesidades nutricionales de la población mundial, sino que también contribuyen activamente a la adaptación y mitigación del cambio climático. A su vez, podrán producir repercusiones positivas distintos sectores y ámbitos. Lo que se busca con esta ruta es tener buenos alimentos para hoy y mañana.
Según el último informe de la FAO sobre los impactos del clima en los pobres rurales, mujeres y jóvenes, eventos catastróficos como las inundaciones están ampliando la brecha global entre los pobres y los que están en mejor situación económica en más de un 4.4% (US$ 21,000 millones de dólares cada año en todos los países de ingresos bajos y medios). Como se muestra en el informe, Perú experimentó más de 90 días de inundaciones durante el periodo de los10 años analizados.
Y no son solo los fenómenos meteorológicos extremos, son los que contribuyen al aumento de la desigualdad. El informe demuestra que, debido al estrés climático y a las altas temperaturas, las familias más pobres pueden perder hasta el 5% de sus ingresos cada año y que un aumento de 1 °C en las temperaturas medias a largo plazo se asocia con una reducción del 34% en los ingresos totales de los hogares encabezados por mujeres en relación con los hogares encabezados por hombres.
El estudio muestra que la magnitud del desafío que plantea el cambio climático para la población rural vulnerable es asombrosa. Estos impactos superan con creces la cantidad de financiamiento climático dirigido a los pequeños productores, que según estimaciones recientes solo alcanzan aproximadamente US$ 10,000 millones al año.
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Asimismo, en el informe de la FAO dedicado a estudiar las relaciones entre cambio climático y trabajo infantil en la agricultura, leemos que los shocks climáticos en Perú, cada vez más frecuentes y severos, socavan gravemente la estabilidad económica del sector agrícola y que, para hacerles frentes, los hogares necesitan recurrir a todos sus miembros para llegar a fin de mes, tanto que un periodo de sequía se asocia con un aumento estadísticamente significativo en la probabilidad de que un niño o niña de 5 a 17 años deje la escuela para ir a trabajar, en aproximadamente un 10%.
Es por tanto muy fácil entender cómo mitigar eficazmente el cambio climático y poder contar con un sector agroalimentario más resiliente beneficiaría a toda la sociedad en su conjunto, empezando por el bienestar, la educación y el futuro de los más pequeños.
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Es esencial comprender que la transformación propuesta implica una transición de sistemas que actualmente contribuyen significativamente a las emisiones de gases de efecto invernadero, hacia sistemas que reducen e inclusive absorben carbono de la atmósfera.
Desde la reducción de la pérdida y el desperdicio de alimentos hasta el impulso de tecnologías de reducción de metano, pasando por prácticas regenerativas y amigables con el clima que fortalezcan la salud del suelo, y técnicas para la captura de dióxido de carbono mediante la forestación, reforestación y la restauración de ecosistemas son solo algunas medidas que los países podrán poner en práctica para convertir este desafío en una oportunidad para asegurar un futuro donde una alimentación sana y equilibrada sea una realidad para todos, hoy y mañana, protegiendo a las personas y el equilibrio de nuestro planeta.
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