
Escribe: Eduardo Morón, presidente de APESEG
En un reciente libro, Alvaro Gálvez discute la naturaleza low cost del Estado. Señala que la obsesión por no incumplir reglas fiscales ha devenido en una normalización según la cual el Estado ofrece a los ciudadanos un servicio low cost, entendido más bien como un servicio “como sea”. Por ejemplo, pensando en temas de salud, recetas médicas que no incluyen medicinas o cirugías por las que toca esperar meses, sino años.
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Cuando uno piensa en un servicio low cost, término acuñado en los servicios que nos brindan las aerolíneas, en realidad piensa que se pone atención solo en lo central del servicio —viajar de un punto a otro—, y se elimina el resto de servicios añadidos que, obviamente, lo hacen más confortable pero también más caro. En lugar de ofrecernos cena con vino y pan caliente, no nos ofrecen más que unos maníes y un poco de agua. Pero la lógica es que lo realmente importante es viajar. Entendamos que low cost no tiene por qué significar más riesgoso o a destiempo; simplemente es carecer de las comodidades extra, que ahora estarán disponibles para quien esté dispuesto a pagar por ellas.

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En un país de ingresos medianos altos, el Estado tampoco tiene por qué poner el foco principal en los lujos, sino en brindar el servicio básico. Así que, por la naturaleza de ser un país con recursos fiscales limitados, no está mal tener un Estado con mentalidad low cost. Pero la manera correcta de entender esto es que se utilizan todos los recursos para dar un servicio al ciudadano de manera oportuna y adecuada.
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A mi juicio, la analogía del texto es incorrecta porque el pasajero de una aerolínea puede escoger la versión low cost o high cost. Eso está en función a su disposición a pagar por las diferencias entre ambos servicios. En cambio, cuando se habla del Estado, el ciudadano no tiene otra opción. Los padres de familia que ven a su hijo no aprender nada de una clase en celular, no tienen los recursos para enviarlo a un colegio privado, sólo les queda aceptar a regañadientes el pésimo servicio. La hija que tiene que ayudar a su madre a ser operada en un hospital público y ve que pasan los meses y la operación no se programa no tiene los recursos para optar por un servicio privado que sustituya al pésimo servicio que la salud pública ofrece. No estamos hablando de un Estado low cost, estamos hablando de un Estado no service.
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La razón de fondo es que hemos normalizado el mal o nulo servicio. Quienes están a cargo de los servicios públicos deberían reportar cuál es su nivel de cumplimiento de metas específicas que sean de interés para la ciudadanía.
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A mi juicio, uno de los problemas más grandes en cómo se deciden las políticas en el Estado es su falta de visión de largo plazo. “Compro barato hoy: no importa que no dure mucho y tenga que volver a reponerlo mañana. No aseguro los bienes frente a desastres naturales porque me ahorro la prima del seguro: no importa que mañana no tenga de dónde sacar para reponer el puente que se llevó el río y eso impacte durante meses en la población. No ejecuto gastos en prevención de la salud de la población: no importa que mañana tenga que gastar fortunas en atender sus males agravados.” Esta falta de visión de largo plazo se entiende en un país que no tiene acceso a deuda, pero no en un país fiscalmente solvente como el Perú. Si realmente en el Perú el Estado actuara priorizando la sostenibilidad fiscal de largo plazo, no encontraríamos tantos ejemplos de cómo el mayor gasto futuro no importa en la conducción de las finanzas públicas.
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Me cuesta mucho aceptar que el Estado prime la mentalidad low cost tal como la entiende el autor cuando vemos que en la última década 40% de los proyectos de inversión o se abandonaron o nunca se terminaron. No hay peor manera de despilfarrar los recursos públicos que esta. Un colegio a medio terminar, una cárcel incompleta, no dan ningún servicio al ciudadano. O si regresamos a los ejemplos en salud, las demoras en la cirugía exigen que el asegurado pase varias veces por el mismo conjunto de exámenes preoperatorios y muchas veces ese paciente hace cola hospitalizado, ocupando una cama. Estos son ejemplos de negligencias que deberíamos comprometernos a superar en el próximo gobierno.
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Aunque no esté de acuerdo completamente con la reflexión principal del autor, me parece que toca un tema esencial de cara al próximo gobierno. Es claro que tenemos un Estado que, en muchos aspectos, no resuelve las necesidades de los ciudadanos. Los porcentajes de ejecución de los presupuestos públicos son una pésima medida de estar haciendo bien las cosas. Lo que importa es el porcentaje de ciudadanos que en efecto reciben un servicio adecuado y oportuno. Necesitamos cambiar la discusión y pensar en cómo las autoridades públicas empiezan a reportar sobre lo que realmente le importa al ciudadano.








