
Escribe: Alejandro Deustua, internacionalista
El secretario general António Guterres acaba de presentar a la Asamblea General de la ONU una alternativa para encarar la fragmentación del sistema internacional: elegir entre la cooperación o el caos, la paz o el conflicto, el derecho o el desorden.
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El presidente Trump respondió. En materia de solución de conflictos sin la asistencia de la ONU —que hoy incluye la catástrofe en Gaza—, y de comercio, energía o migraciones, la soberanía nacional prevalece. Esta facultad esencial del Estado (relativizada, pero nunca negada) abarcó el desconocimiento de la crisis climática y la importancia de algunas energías renovables. El unilateralismo quedó justificado.

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El presidente del Consejo de la Unión Europea devino entonces en baluarte liberal. La UE, fundada en la “reconciliación y justicia”, es funcional a un orden basado en normas y una alternativa cooperativa a un mundo “caótico y violento”. E impulsa acuerdos de libre comercio mientras mantiene sus compromisos ambientales, en tanto el cambio climático es una realidad incontestable.
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En medio de esa aparente división occidental, China se presentó como campeón del multilateralismo en el tránsito multipolar y de las causas de solidaridad y cooperación. Y también como el defensor de la seguridad para todos y del respeto a todas las civilizaciones. Nada se dijo sobre su afán de predominio, proyección militar ni competencia desleal.
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Previamente, la presidenta Boluarte reiteró la filiación del Perú con los principios y la reforma de la ONU. Y presentó su agenda: rechazar amenazas tradicionales (invasiones, guerras), combatir las no tradicionales (narcotráfico y minería ilegal ligada al crimen organizado) y atender las amenazas globales que requieren mayor cooperación. Especialmente cuando el totalitarismo reemerge procurando destruir la democracia.
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Los presidentes de Brasil y Chile añadieron respaldo a la causa liberal (y luego patrocinaron la congregación de las izquierdas). El presidente Lula identificó una correlación entre la crisis del multilateralismo y el debilitamiento de la democracia, y sostuvo que la única guerra útil era la que se libra contra el hambre y la pobreza, mientras se confronta la realidad abrumadora del cambio climático. Y el presidente Boric priorizó la defensa de los derechos humanos y la denuncia de sus violaciones en Gaza y Ucrania.
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Esa aparente sintonía suramericana con la ONU no fue compartida por el presidente Milei. Este indicó que la ONU debía dedicarse prioritariamente a los asuntos de paz y seguridad, siendo lo demás supletorio, supranacional o burocrático. Al respecto, justificó las políticas internas y externas del presidente Trump.
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De otro lado, los estados en guerra defendieron la necesidad esencial de derrotar al enemigo, al margen de los medios empleados (Israel) y de confiar solo en las armas y las alianzas (Ucrania). Y Rusia reiteró sus condiciones para negociar: atender a las causas fundamentales del conflicto y el reconocimiento de los derechos de los rusos.
He aquí un bosquejo de alineamientos frente al cambio de orden.
