Hace días, leí en Gestión un par de noticias sobre lo que algunas empresas y empresarios pensaban hacer con las utilidades obtenidas: las respuestas iban en direcciones opuestas.
En general, las empresas aspiran a crecer en sus actividades: mayores ventas, nuevos proyectos para generar ingresos adicionales, mejoras en sus activos, etc. El financiamiento para ello puede provenir de los recursos propios o de la deuda.
El clásico dilema de elección entre deuda o capital requiere considerar unos criterios, habiéndolos priorizado de antemano: riesgos, ingresos por acción, control accionario, oportunidad y –uno muy importante y poco evaluado– la flexibilidad.
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Pero, ¿qué pasa cuando las empresas prefieren repartir las utilidades vía dividendos? Es como si dijeran “no tengo oportunidades de crecimiento (o no las quiero ahora)”.
Aunque algunos académicos sostienen que los dividendos aumentan el valor de la acción, la mayoría opina lo contrario: es como quitar un dinero de la empresa; esta valdrá menos. La riqueza del accionista se puede incrementar por dividendos o por plusvalía.
Una noticia señalaba que en el primer trimestre de este año “las empresas han optado por el pago de dividendos sobre la reinversión de utilidades en sus compañías ante la poca claridad del panorama local”: son casi 15% mayores que igual período del año anterior, y poco más que la mitad de los distribuidos en todo el 2022.
A esos accionistas, ¿les asusta el panorama local, no tienen oportunidades de inversión o piensan que estas pueden esperar? Cualquier alternativa podría no ser buena señal, salvo para los bolsillos… En el mejor de los casos, si esas inversiones pueden esperar, ¿qué pasará cuando cambien las circunstancias externas o la opinión de que ya no son tan serias? El riesgo de perder el paso frente a la competencia puede ser grande, y el costo, muy alto.
La otra noticia indicaba que “los peruanos prefieren invertir en pequeños negocios… En mucha mayor proporción que ocho países latinoamericanos”. Eligen invertir en su propio negocio o en nuevos, lo que muestra espíritu emprendedor.
Un comentarista señalaba que eso “demostraba baja educación financiera”… Es posible que no dominen las finanzas tanto como ese comentarista, pero seguro que le ganan en “olfato para los negocios”.
Comparando ambas noticias, es significativa la diferencia de visión, y más aún la disposición para asumir riesgo con el propio patrimonio.
Los empresarios pequeños tal vez no sepan de gobierno corporativo ni de factores ESG, pero saben que su futuro y el de sus hijos depende de su trabajo y de su afán por superarse y arriesgarse.
Es importante apoyar las iniciativas actuales de capacitación a microempresarios (conozco unas muy eficaces): su valentía y las herramientas y criterios que proporciona la instrucción les ayudará en el camino para ser grandes microempresarios.
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