Escriben: Rodrigo Isasi, director de Viernes.la y Verónica Sifuentes, gerente general de Es Hoy.
En los últimos años, el Perú ha experimentado una notable fuga de cerebros, especialmente entre los jóvenes. Un número creciente de ellos ha migrado o está considerando la posibilidad de hacerlo en busca de mejores oportunidades. Esta tendencia refleja un palpable desencanto, encapsulado en la frase “aquí no hay futuro”. La gravedad de esta situación no puede subestimarse, pues representa no solo una pérdida de talento sino también una erosión de la vitalidad y el potencial de innovación del país.
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Sin embargo, en este contexto desalentador, hay quienes eligen quedarse, movidos no solo por el arraigo a la familia, la tierra o los negocios, sino por un propósito más profundo. Estas personas, a quienes podemos llamar “optimistas inconformes”, perciben su rol en el Perú como fundamental. Su llamado a contribuir al mundo cobra mayor relevancia en un contexto desafiante como el que vivimos, en el que necesitamos a más personas siendo parte de la solución y no del problema.
Los líderes optimistas e inconformes se distinguen por varias características clave:
1. Habitan el territorio: Conocen los problemas y necesidades de su entorno, lo que les motiva a buscar soluciones creativas y sostenibles.
2. Resuelven: Su inconformidad no se queda en la queja; viene siempre acompañada de una propuesta. Pasan del “hay que” al “hagamos”.
3. Tejen relaciones: Su optimismo les permite construir redes de colaboración basadas en la confianza y el respeto mutuo, incluso con aquellos que piensan diferente.
4. Integran: Convocan a otros y movilizan esfuerzos colectivos hacia metas compartidas, creando sinergias que multiplican los resultados.
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Un ejemplo emblemático de este tipo de liderazgo fue Sandro Venturo, cuya reciente partida deja un vacío en el mundo de la academia, la comunicación, la política y la sociedad civil, espacios en los que transitó dejando su huella inconfundible. Venturo personificó el optimismo inconforme, inspirando a otros con su visión y su inquebrantable fe en el potencial del Perú. Su legado plantea una pregunta crucial: ¿cómo sería el Perú si surgieran más líderes como él?
Imaginemos un país donde, en lugar del pesimismo y la inacción que nos dominan, seamos tercamente optimistas e inconformes; donde la juventud, a pesar de las dificultades, vea esperanza; donde el desafío no sea un pretexto para irse, sino un motivo para actuar y encontrar soluciones. Este Perú, fortalecido por líderes comprometidos y visionarios, no solo retendría a sus jóvenes talentos, sino que sería un faro de innovación y progreso.
El legado de líderes como Sandro es un recordatorio de que, incluso en los momentos más difíciles, hay razones para mantener la esperanza y trabajar por un futuro mejor. O, como él decía, “a pesar de la oscuridad, elijo ver al Perú como un amanecer”.
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