Periodista
En unos pocos días más el gobierno podría verse en la necesidad de reemplazar a algunos otros ministros, a los pocos días de haber hecho ya algunos cambios.
La situación de los ministros de Defensa –la más visible hoy-, de Justicia, y de Energía y Minas, podría obligar al Ejecutivo a un nuevo relevo.
Los recientes movimientos ya efectuados en el gabinete no generaron ningún tipo de impacto positivo, lo cual no ha sido bueno para el gobierno. Por el contrario, la designación del nuevo ministro de Justicia, por ejemplo, ha motivado fuertes críticas.
Esto debiera obligar al Ejecutivo a iniciar una prolija y bien filtrada búsqueda de candidatos para reemplazar a aquellos que ya tienen puesta la puntería, sea por el Congreso, o por sus propios “méritos”.
Esta búsqueda, que debe ser muy exigente en el tema de los antecedentes de todo tipo, y del historial de pronunciamientos y actividades, debe también ser realizada en base a las necesidades del Ejecutivo con respecto a su proyectado posicionamiento en el escenario político, y a su propia estabilidad política.
Las designaciones ministeriales durante los últimos gobiernos se han hecho en base a la relación de los presidentes o de los primeros ministros con sus círculos de confianza más cercanos, a la necesidad de los gobernantes de turno de cumplir con compromisos de grupo, o a su deseo de aprovechar de las circunstancias y/o de cubrirse las espaldas.
Incluso hasta la capacidad profesional, el liderazgo en el sector, o la necesidad de hacer política, han sido dejados de lado en los últimos gobiernos.
Esto nunca ha sido poca cosa, y menos debiera serlo ahora en este régimen cuya única aspiración es llegar al 2026.
El fortalecimiento del gabinete ministerial, en la medida que este sea reconocido y eficiente, es un activo que permite al Ejecutivo tener un peso político propio sumamente necesario para un buen equilibrio de poderes, y frente a la opinión pública, los medios, y las encuestas. Un gabinete débil o disminuido siempre actuará con temor ante todos los públicos, y tratará de sobrevivir haciendo concesiones o “negociando” su supervivencia.
No hay nada más sólido para un Presidente que un buen gabinete, y nada más inestable que un gabinete débil, opaco, y huidizo.
Este gobierno necesita con urgencia de un buen gabinete. En primer lugar, porque hasta la fecha no ha sabido ni ha podido hacer frente a los muchos o pocos retos que se le han presentado y que se le vienen encima, como el del Fenómeno de El Niño.
En segundo lugar, porque necesita encontrar un rumbo, aplicarse a trabajar denodadamente en solo tres objetivos (seguridad ciudadana, promoción de la inversión y reactivación de la economía, y la prevención de desastres), y saberlo transmitir a la población.
En tercer lugar, porque cada día va perdiendo más apoyo de los “tolerantes”, aquellos que sin identificarse con Dina Boluarte ni con su gobierno, le daban su apoyo o el beneficio de la duda porque era la esperanza frente al desastre de Pedro Castillo.
En cuarto lugar, porque si quiere durar debe ampliar su base política y de representación, en lugar de cerrarla y aislarse.
Y en quinto lugar, y quizás el segundo más importante, porque debe recuperar su peso político propio, y debe dejar de depender o de temerle a un Congreso integrado por una gran mayoría de congresistas que se enredan cada vez más en sus propios desaguisados; que buscan dar leyes que van a beneficiar a sus pequeños grupos o que los van a salvar de sus problemas personales, de sus líos judiciales, de sus problemas familiares; que hacen del Congreso una agencia de viajes o que anhelan con asistir a sus sesiones desde los Estados Unidos; que polarizan cada acto del Legislativo; y que a pulso se ganan cada día el mayor repudio de la población.
Gobernar apostando todo a un solo objetivo, y con la sola esperanza de que el Congreso no vaya a vacar a la Presidenta, es un grave error. Sobre todo, si se trata de este Congreso.
Si bien es cierto la población no reacciona hoy como lo hizo con otros presidentes, no se moviliza para sacar a nadie, y no se manifiesta como un actor político; las consecuencias de vivir y gobernar prendiendo velas cada día, o saliendo escoltados entre policías y abucheos; pueden ser muy negativas.
La inestabilidad política, el aislamiento, y la dependencia de un Congreso tan debilitado, con leyes aprobadas por un populismo de derecha y de izquierda, y con escasos resultados de gestión, pueden generar una mayor erosión en la economía, en la inversión, en el empleo, y un mayor crecimiento de la informalidad y la pobreza. Y esto puede hacer muchísimo daño al país, en el presente y en el futuro.
Sería bueno que el gobierno haga una reingeniería de su gabinete. Pero no solo para cambiar personas o moverlas de un ministerio a otro.