Periodista
El Jurado Nacional de Elecciones, y en especial su presidente, van a tener que manejarse con mucha celeridad, pero también con mucha prudencia, buen criterio, y total transparencia, para tratar de que estas elecciones tengan un final –si no feliz– por lo menos aceptable y aceptado.
No han sido pocos los reclamos y las acusaciones que se han hecho contra el JNE –y sobre todo, contra su presidente, en lo institucional y en lo profesional–, desde la primera vuelta –cuando dejó fuera de carrera sin explicación lógica y jurídica válida a varios, y permitió en cambio la participación cuestionable de otros– y hasta la actualidad.
Graves errores, como la decisión unánime en un sentido en la mañana, y su inmediata reconsideración en sentido contrario por la tarde, han sumado a la duda, la desconfianza y al cuestionamiento.
Ha contribuido también una falta de liderazgo, y una inexistente o muy mala política de comunicación del JNE. Si alguien debió tener la voz cantante y autorizada en todo este proceso, ese debió ser el Jurado Nacional de Elecciones, y sin embargo, se le escuchó en muy contadas ocasiones.
Las muestras de apoyo y de respaldo a su labor han venido, principalmente, desde afuera. Los observadores, y algunos voceros de gobiernos extranjeros han hablado bien del proceso electoral llevado a cabo. Pero aquí, las posiciones se han dividido entre las críticas y cuestionadoras, las que le piden celeridad y firmeza, y las que señalan simplemente que hay que dejar que el JNE culmine su trabajo cuando corresponda.
Las fuertes acusaciones de uno de los miembros del JNE, que declina al cargo con una carta en la que refuerza los cuestionamientos, y afirma y firma por escrito gran parte de lo que afuera se habla desde algunas tribunas, añade una raya más y genera más dudas, aunque se podrá decir que se trata de alguien con camiseta puesta.
Ayer por la tarde, algunas voces ya cuestionaban la solución planteada por el presidente del JNE para suplir al que declinó. Suspenderlo para reemplazarlo no es legal, según afirman algunos conocidos abogados. Suspenderlo no es destituirlo, porque si está suspendido es que todavía está en el cargo, y si está en el cargo no se le puede reemplazar. Es discusión de juristas, pero es otro cuestionamiento más.
Y a esto se añaden las sospechas lanzadas ayer por la noche –desde una tribuna que nada tiene que ver con las partes en contienda, y con grabaciones incluidas– sobre ofrecimientos a miembros del JNE para que direccionen sus decisiones en un sentido a cambio de millones de razones. El denunciante deslizó que gracias a estos ofrecimientos el JNE abrió por la mañana las puertas para admitir los pedidos de nulidad, pero que frente a los públicos reclamos las volvió a cerrar por la tarde. La acusación es grave, pero hay que investigarla todavía. Sin embargo, llueve sobre mojado.
Es verdad que toda institución que tiene a su cargo procesos como estos está expuesta a todo tipo de trato y acusación. Pero también es verdad que el JNE ha dado varias razones para dudar; y además, sabiendo esto, correspondía actuar adecuada, oportuna y transparentemente –hasta la exageración– para minimizar los riesgos. Y parece que esto es lo que ha faltado.