La campaña electoral municipal en Lima, a diferencia de procesos anteriores, ha replicado muchos de los debates de los que hemos sido testigos en las últimas elecciones generales.
Sentimos esto tal vez porque varios de los candidatos a la Alcaldía de la capital también han participado de las confrontaciones políticas de las campañas presidenciales; o porque varias de las corrientes que los respaldan se han enfrentado en medio de la polarización que todavía vivimos.
Incluso hasta varios de los temas elegidos por los candidatos han sido también abordados en sus pasadas campañas electorales presidenciales, como el de la inseguridad ciudadana, el abastecimiento de agua, la lucha contra la pobreza y el hambre, que han sido tocados por los aspirantes al sillón municipal como si fueran a acceder al Gobierno nacional, y no con el realismo que el ámbito, las competencias y los recursos municipales les va a permitir.
No ocurre esto en las regiones, donde cada una tiene sus particularidades que están asociadas a la problemática local, y a movimientos y candidatos regionales que no tienen mucha relación con las disputas de las corrientes políticas “nacionales” y los enfrentamientos entre derecha, izquierda, “caviares”, “golpistas”, “comunistas”, o “conservadores”.
Como siempre ocurre, las promesas han excedido largamente las posibilidades, y los enfrentamientos entre los rivales han sido muy enconados, lo que hace prever que una vez instalada la nueva gestión municipal, no estará libre de altas expectativas, exigencias prematuras, demandas insatisfechas, decepciones, enfrentamientos entre los grupos ganadores y los perdedores con presencia en el Concejo Metropolitano, acusaciones y denuncias de todo tipo, y no muy alentadores resultados de gestión.
A esto le tenemos que agregar la alta posibilidad de que los alcaldes distritales no pertenezcan al partido del alcalde metropolitano, o que esos mismos alcaldes y regidores terminen tomando distancia o “independizándose” de la influencia de los partidos por los que postulan, y terminen haciendo una gestión personalista.
Como vemos, se pueden reproducir a nivel municipal varios de los problemas que hoy vivimos a nivel nacional: alcaldes con procesos o denuncias que pueden servir para vacarlos muy pronto; populismo en la oferta e ineficiencia en la gestión; enfrentamientos políticos polarizantes, desinstitucionalización política partidaria; atomización de las “bancadas” de regidores; tendencia a la corrupción, etc.
Si a esto le sumamos la crítica situación en la gestión del Gobierno central, entonces la realidad de Lima puede hacerse aún más caótica y peligrosa.
Y esto porque para superar los principales problemas que vivimos diariamente como inseguridad y delincuencia, informalidad y caos del transporte y del tráfico, falta de autoridad y desorden urbano, y lucha contra la corrupción, se requiere de municipios fuertes, institucionalizados, con autoridad, y que trabajen en estrecha colaboración y coordinación con un Gobierno central fuerte y con políticas claras y acciones bien encaminadas.
Ojalá la realidad supere nuestras poco entusiastas expectativas.