Periodista
Hace pocos días, la presidente de la República era aplaudida por un sector de la población, después de un mensaje a la Nación que recogía y “enriquecía” la posición de “mano dura” del primer ministro, y que la enfrentaba con mayor fuerza ante todos los que participaban de las protestas, las marchas, los bloqueos, la violencia y los actos de vandalismo en las regiones del sur.
Unos días después, ese mismo sector que la elogiaba, la criticó duramente por “invitar”, a quienes venían de las regiones, a tomar Lima pero sin generar violencia, y a pasar por Palacio de Gobierno para dialogar en torno a sus demandas.
Estos dos botones nos muestran las dudas y la inconsistencia de la posición de la jefe de Estado, así como la fragilidad e improvisación en la gestión de crisis del Gobierno.
Como señalamos en una columna anterior, es obvio que existe un conflicto entre lo que la presidente piensa y siente, y lo que se ve obligada –o la obligan- a hacer para mantenerse en el puesto. Piensa y siente como Dina Boluarte; pero actúa como la presidente que es respaldada por un sector determinado que hoy se enfrenta a los antiguos aliados y compañeros de Dina Boluarte.
Por eso la presidente ejerce un cargo, pero no lidera. Por eso se muestra enérgica por momentos y se ablanda en otros. Por eso se le percibe incoherente. Por eso parece que el jefe de Gobierno es el primer ministro.
No sabemos si es por eso, o por la poca capacidad política del gabinete y de los asesores de Palacio, pero es notorio que este Gobierno no es capaz de establecer una estrategia integral (política, comunicacional, social, policial) que haga frente con relativo éxito a la situación que hoy vive el país.
A este Gobierno le anunciaron con anticipación todos los bloqueos y los ataques, y poco pudo hacer por evitarlo, minimizarlo, o controlarlo. Primero fue Andahuaylas, y la mala experiencia sirvió de muy poco después en Ayacucho.
Desde el 28 de diciembre, le anunciaron al Gobierno que el 4 de enero volvía la violencia después de una tregua y de fiestas, y llegó Puno con el doble de muertos. Los aeropuertos han sido blancos elegidos en todos los casos, y después de todas las experiencias anteriores, ayer se abalanzaron contra los aeropuertos de Arequipa y Cusco nuevamente.
Con anticipación se anunció la toma de Lima, y la presidente “invitó” a casa.
Es verdad que la masa puede ser incontrolable, pero si te lo advierten con anticipación, algo podrías hacer. Sobre todo, si ya te pasó antes. No parece lo mejor esperar a ver qué sucede, o simplemente confiar en que las marchas se realizarán pacíficamente. Eso es enviar a la policía al sacrificio.
Y decimos esto porque si el mismo Gobierno sabe que los reclamos no son sociales, sino políticos, lo lógico es enfrentar esta crisis políticamente, con estrategias y planteamientos políticos. Pero se ha visto muy poco en ese esfuerzo.
No se trata de ceder, ni de arriar banderas frente a la violencia o el chantaje. Se trata de buscar soluciones políticas y de quitarle, justamente, las banderas y bases políticas a los promotores de la violencia. Y nos ponemos en un caso muy concreto, el del adelanto de elecciones.
El Gobierno se quedó conforme con que la presidente haya hecho un llamado al Congreso para apurar la decisión final. Pero el Congreso casi que ha hecho oídos sordos y solo ha adelantado quince días el inicio de la legislatura. Lo peor es que no hay la seguridad de que se cuenten con los votos para la ratificación de la decisión. Hay congresistas que se oponen a dar su voto. Entonces, ¿es cuestión de que la jefa de Estado siga diciendo que no es su problema porque es una decisión del Congreso?
Si el Ejecutivo no es capaz de persuadir al Legislativo de la urgencia del tema, entonces el Gobierno tiene un problema serio. Igual que con los gobernadores regionales o los alcaldes provinciales. Dina Boluarte y sus ministros no pueden pretender enfrentar esta crisis metidos en Palacio y discutiendo las soluciones entre ellos.
Hoy hay un sector que trata de sostener al Gobierno para evitar un mayor caos. Pero no es un apoyo a Dina Boluarte. Es más, muy probablemente ese sector estaría hoy más contento con Otárola de presidente, pero si la cosa se pone peor, la presidente va a ofrecer la cabeza del premier para ganar tiempo. El apoyo al Gobierno es muy débil y condicionado. Y el Gobierno hace muy poco por ampliar y consolidar esa base de apoyo.
Pasa lo mismo con el tema de las reformas. Hay quienes creyeron que este Congreso nos iba a dar las mejores reformas para que la historia no se repita. Y ahí está el Congreso, dilatando las cosas y enfrentándose o boicoteándose como si nada pasara afuera, o como si no les tocase a ellos.
Si no hay respuestas políticas, la única alternativa será la represión, y ningún Gobierno puede sostenerse solo con represión.
Quizás en el Gobierno piensen que después de la “toma de Lima” todos regresarán a sus casas y vendrá una etapa de alivio; que en algún momento los que protestan y los que azuzan a la violencia se van a agotar o se quedarán sin recursos y sin financiamiento. Es decir, que los problemas se van a resolver solos. Cuidado, la realidad puede ser aún más dura.