Periodista
Al inicio de su gestión, este Gobierno contaba con el apoyo de algunas bancadas en el Congreso, de algunos líderes políticos, de algunos medios de comunicación y de buena parte del empresariado.
Algunos de ellos, sobre todo del sector político, mostraban un apoyo más comprometido, en busca de consolidar su permanencia en el Gobierno o en el Congreso hasta el 2026, y de mantener o lograr una participación en las cuotas de poder en el nuevo escenario.
Otros, en el sector empresarial, por ejemplo, se mostraban poco comprometidos, pero sí muy “tolerantes” con Dina Boluarte, debido a que, para ellos, deshacerse de Pedro Castillo ya era un logro y tener un gabinete que no haga destrozos, aunque sea poco eficiente, era ya bastante.
De hecho, los empresarios mantuvieron una prudente distancia del Gobierno, pero evitaron criticarlo; y han tenido una relación particular con el gabinete, al que le pedían logros, pero no se los exigían.
Por ejemplo, el sector empresarial minero ve al ministro de Energía y Minas como un hombre de la presidenta que es ineficiente, pero es “inofensivo”; quiere ser muy “marketero” en favor del Gobierno, pero no tiene ningún logro concreto que mostrar. Por eso prefieren “baipasearlo” y recurren al primer ministro, quien se ha mostrado abierto a apoyarlos, y de hecho ha logrado destrabar algunos permisos.
Hoy solo dos bancadas (FP y APP) mantienen un apoyo consistente al Gobierno; un solo líder político muestra su abierto apoyo a la presidenta; algunos miembros del sector empresarial empiezan a criticar al Gobierno en voz alta, y muchos lo hacen en privado, aunque siguen sosteniendo que esto es mejor que otra aventura; y casi la totalidad de los medios de comunicación ya no le perdonan ni una a la presidenta, al premier y a todo el gabinete.
Hay que decir que este ambiente de casi generalizada crítica y desaprobación a esta administración se produce porque la presidenta y el Gobierno se han esforzado mucho para ganárselo a pulso. El saldo de las protestas, la falta de un norte claro, las promesas incumplidas para la atención de la emergencia del Yaku y para la prevención de El Niño que se viene, los inútiles estados de emergencia, los viajes de la presidenta y sus actitudes en esos viajes, la recesión económica sin reacción, y muchos otros temas más, han generado desde la decepción hasta la ira en los diferentes sectores de la sociedad y en las regiones.
Y aunque el Gobierno es bastante anodino y no da muestras de seguir alguna dirección o algún rumbo medianamente claro, parece ganar terreno, sobre todo en el interior del país, la percepción o la idea de que se trata de un Gobierno de derecha, apoyado por partidos de derecha, neoliberal, represivo y permisivo.
¿Qué genera esta percepción?, ¿su actitud frente al saldo lamentable de las protestas de diciembre y enero; su cercanía con el fujimorismo; su obsesión por mostrarse como lo opuesto al Gobierno de Pedro Castillo; su discurso de apoyo a la inversión, aunque en la práctica no sea así; esa distancia que lo separa del centro y sur del país; la percepción de frivolidad: su distancia y rechazo de los Gobiernos de izquierda de la región?
No es fácil saberlo. Pero lo cierto es que eso va a perjudicar en las próximas elecciones a los sectores de la derecha peruana, sean estos radicales o de centroderecha. Porque al etiquetarse a Dina Boluarte, a su Gobierno y a todo lo que hace mal y no hace, como de derecha, se va a querer mostrar que la derecha, en general, ya fracasó con Boluarte y Otárola a la cabeza.
La derecha política en el Perú, cualquiera que sea, se ha cuidado mucho en estos meses, de no ser o parecer oposición, para que no parezca que se le hace el juego a la izquierda o a los partidarios de Pedro Castillo, o para no “desestabilizar” al Gobierno. Y ese es un error que puede costarle la próxima elección. Porque el Gobierno necesita de una buena oposición, porque el Gobierno se está desestabilizando sin ayuda y porque los vacíos se llenan; y si la derecha no llena ese vacío y, además, aparece como corresponsable de un mal Gobierno, sus posibilidades van a bajar.
De hecho, hasta ahora no hay líderes o partidos de derecha que se paren frente al Gobierno y, en público, le critiquen lo que haya que criticar, y propongan lo que haya que proponer.
En el continente, hay derechas que asustan porque tienen un discurso radical, extremadamente disruptivo (y poco prudente), y porque, queriéndolo o no, se enfrentan a gruesos sectores de la población (léase bolsones electorales) que han vivido durante décadas fuertemente influenciados por el populismo o por los discursos de izquierda, que son precisamente antiderecha, antiliberales o, en el Perú, antifujimoristas. En el continente, desde Mario Vargas Llosa hasta Milei, hay muchos ejemplos al respecto.
Hay derechas que prefieren pasar como de centro y, en el camino, por mala estrategia o curiosas alianzas, pierden fuerza para realizar reformas o ganar el apoyo popular desde el primer día, y terminan siendo “ni chicha, ni limonada”.
Y hay derechas que de derecha no tienen nada.
Pero, además, la derecha (cualquiera de ellas) en el Perú nunca busca la unidad, ni siquiera las alianzas. Siempre les gana el protagonismo o el egoísmo. Y ahí la izquierda tiene una ventaja, porque son capaces de abrazarse y unirse, solo para elecciones, aunque los odios y las contradicciones estén a flor de piel.
Y, adicionalmente, hay que tener en cuenta que el electorado peruano tiene una memoria frágil. En año y medio, cuando empiece la campaña electoral, pocos se acordarán del descalabro y el daño que generó el Gobierno de Pedro Castillo, pero tendrán fresco en su memoria el resultado del Gobierno “derechista, neoliberal y represor” de Dina Boluarte si las decisiones y la situación no mejoran. Y ahí nuevamente la izquierda sacará ventaja, porque sabe “leer” mejor las necesidades urgentes de la población, sobre todo de las regiones, y sabe elaborar mejor sus narrativas “anti”.
Así las cosas, la derecha o las derechas tienen la palabra.