
Escribe: Enrique Castillo, periodista.
Las últimas encuestas sobre intención de voto para la candidatura presidencial son bastante prematuras, pues se realizan sin que se conozca, real y finalmente, quiénes serán los candidatos o candidatas ni qué partidos presentarán postulantes a la presidencia, ya que una deseable formación de alianzas o frentes podría cambiar el escenario y a los protagonistas.
Los nombres que aparecen en las encuestas como posibles postulantes al sillón de Pizarro, son los que se consideran como candidatos/as “naturales”; los “sospechosos” de querer serlo, aunque lo nieguen tres veces antes de que cante el gallo; los autolanzados que no han querido esperar las elecciones internas; o los que prefieren golpear primero para golpear dos veces.
Pero debiendo tomar las cifras como lo que son, ejercicios muy preliminares, existen algunos riesgos que sería bueno poner sobre la mesa.
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Se ha dicho y se reitera que tener 43 postulantes a la presidencia es una locura, y no sólo porque es imposible desarrollar una contienda electoral en esas condiciones, con debates entre 43 candidaturas o franjas electorales para 43 agrupaciones; sino porque tantas candidaturas pueden generar que los que pasen a la segunda vuelta lo hagan con porcentajes que apenas rocen o pasen el 10% de votación, lo que les restaría legitimidad, generando una gran inestabilidad.
Adicionalmente, muchas agrupaciones no alcanzarán a pasar la valla electoral o lo harán con las justas, pero se sentirán con derecho a negociar sus magros porcentajes con miras a una segunda vuelta, lo que traerá como consecuencia un mercado persa y un intento de “repartija” que no le hará ningún bien al país.
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Por otro lado, corremos el riesgo de tener un Congreso muy atomizado, con pequeñas bancadas y ninguna mayoría real.
En este escenario, las encuestas deben ser hechas y deben ser tomadas con mucha responsabilidad, sobre todo por los políticos.
Los plazos para hacer realidad las alianzas van a correr muy rápido, y las cifras en las encuestas no se moverán con la misma velocidad.
Si tomamos en cuenta la última encuesta, ¿quiénes deberían encabezar las principales alianzas?
Hay quienes señalan, por ejemplo, que Keiko Fujimori está dispuesta, en una eventual alianza, a no postular a la presidencia y a tomar, a cambio, el número 1 para el Senado. Pero, si es la que nítidamente encabeza la intención de voto para la primera vuelta, ¿debería renunciar a esa posibilidad? ¿Tendrá el fujimorismo la misma intención de voto con otra persona de otro partido como locomotora, aunque KF esté en la lista al Senado? ¿El núcleo duro fujimorista, que está representado en ese 11%, seguirá siendo duro si Keiko Fujimori cede la candidatura con el porcentaje que hoy le otorgan las encuestas?
Lo mismo pasa con Rafael López Aliaga, quien señala siempre que no ha decidido ser candidato, pero viaja por todo el país y deja su estela celeste por doquier. Comparte el segundo lugar en la encuesta con Carlos Álvarez, y deja atrás a otros candidatos que podrían o quisieran tener su eventual primer lugar en la plancha presidencial de un frente o alianza. ¿Tendrá la misma fuerza en el electorado “celeste” una candidatura que no sea la del “Porky” que va segundo en la encuesta?
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Pero, además, hay un tercer grupo de candidatos o candidatas que con alrededor del 2% sienten o creen que no están muy lejos de ese 6% de López Aliaga y de Álvarez, porque la campaña todavía no ha empezado y que incluso podrían, con el apoyo de otros partidos, ser la alternativa de derecha o de izquierda al fujimorismo.
Es decir, todos pueden creer que, porque aparecen en la encuesta, con 11%, 6%, 2% o hasta 1%, tienen todas las posibilidades.
Pero si leemos las encuestas a partir de las preferencias por los partidos políticos, todo cambia. Las candidaturas dominantes son las del fujimorismo, Acción Popular y hasta Perú Libre, por lo que una alianza debería tomar en cuenta como los partidos dominantes a estos tres.
Estos razonamientos pueden entorpecer las negociaciones para consolidar esfuerzos conjuntos, y es esa nuestra principal preocupación.
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Estas encuestas tan preliminares pueden hacer creer a los 43 candidatos que esto está para cualquiera, y que todos tienen derecho a encabezar la fórmula, algo así como que “podemos conversar lo que quieran, pero yo encabezo la fórmula o la plancha”.
Y lo mismo puede pasar con las dirigencias políticas de partidos cuyos logos sacan innegable ventaja.
Las conversaciones y diálogos políticos para la conformación de alianzas deben ser hechas sobre la base de una adecuada, realista y consistente lectura de nuestra realidad, y no sobre la base de cifras prematuras por nombres que todavía no se sabe si van a candidatear o por logos que no se sabe quién o quienes los van a representar.
