Escribe: Percy Vigil, experto en retail.
¿Cuánto cuesta generar tráfico y atraer público para un negocio de venta de ropa, calzado, un restaurante o para una provincia? ¿Cuánto estaría dispuesto a pagar alguien para asegurar la llegada de potenciales compradores? Probablemente mucho.
Pensaba en ello al leer acerca del modelo de negocio de Ryanair, la aerolínea europea de bajo costo, que, operando desde aeropuertos secundarios, tiene costos más bajos por el uso de instalaciones y servicios aeroportuarios. Pero aquí viene lo interesante: reciben incentivos de ciudades o regiones con aeropuertos pequeños para que operen allí, con el objetivo de atraer turismo y generar actividad económica en la zona.
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Quería comparar este caso con lo que genera un centro comercial cuando llega a una ciudad, provincia o distrito con poca o nula llegada de comercio moderno. Usualmente, hay un mercado ávido de recibirla, que busca una oferta variada, cercana y segura; eso ya es un gran beneficio. Pero los beneficios no quedan allí: el centro comercial pasará a convertirse en uno de los principales contribuyentes de la zona elegida, generará empleos formales, ayudará en el ordenamiento y formalización del comercio, creará un espacio de oportunidad para emprendedores y ofrecerá espacios seguros para las familias; todos estos son beneficios con costo cero para la ciudad.
Omití mencionar la plusvalía inmobiliaria y la llegada de más comercios. Si cree que esto es teoría, visite Lima Norte y verá la realidad comercial y la apreciación del precio de la tierra.
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A diferencia del caso de la aerolínea, en el Perú, el proceso para concretar un proyecto comercial tan beneficioso se vuelve una tarea de alta complejidad, ya sea por los permisos, por la obra, las licencias y, aunque parezca increíble, también para la operación. Multas, clausuras, permisos negados son parte de lo difícil que es desarrollar una propuesta comercial, sea del tamaño que sea.
No quiero que este artículo se interprete como una queja o lamento; por el contrario, es una invitación a la reflexión y a pensar al revés: ¿y si hacemos todo más fácil?, ¿y si apoyamos más la inversión? Si acompañamos este proceso que tantos beneficios va a generar, ¿no podríamos ser más bien una provincia o distrito que atraiga inversión?
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Los beneficios ya han quedado claros; tal vez con empatía se pueda entender que el inversionista se arriesga, y no poco. Sumar complejidad a la ya natural complejidad y riesgo que supone llevar adelante un proyecto no ayuda; por el contrario, obliga a replantearse la decisión.
¿Quiere inversión en su ciudad?
Ya sabe el camino.
Si piensan en invertir en un desarrollo comercial, tomen nota de la realidad, una realidad que confío cambiará.
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