Uno de mis índices económicos preferidos es tal vez uno de los menos conocidos. Se trata del Índice de Complejidad Económica (ICE), desarrollado por los profesores Ricardo Haussman, de la Universidad de Harvard, y César Hidalgo, del Massachusset Institute of Technology (MIT). La tesis del índice es que a mayor grado de “complejidad económica”, mayores niveles de bienestar económico y desarrollo.
Ejemplos de economías poco complejas son aquellas que, por ejemplo, se dedican básicamente a las industrias extractivas, como la pesca o la minería, mientras que ejemplos de economías complejas son aquellas que derivan su crecimiento de actividades como la biotecnología, la industria farmacéutica (I+D), la aeronáutica, la robótica, las altas finanzas, etc. Grosso modo podríamos decir que el ICE nos da una idea del grado de desarrollo y sofisticación productiva de un país en un momento dado. La belleza del ICE es que nos permite dos niveles de análisis y comparación: la de un mismo país a través del tiempo, y la de un país vis-a-vis algún otro país con el que queramos hacer la comparación: digamos, Perú versus México o Perú versus Costa Rica, o China versus Estados Unidos. Los países que quieran a lo largo de un espacio temporal de los últimos 30 años.
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El primer beneficio de acudir al ICE es el poder comprobar que–en efecto–sí es posible cambiar de manera sustantiva la estructura económica de los países, y en particular la calidad, diversidad y grado de sofisticación de su oferta exportadora. A nivel internacional, los ejemplos abundan, comenzando con los originales Tigres Asiáticos (Corea, Hong Kong, Singapur y Taiwán) que en los 70 y 80 replicaron con éxito la formula transformadora del Japón de los años 60, dando verdaderos saltos cuánticos, convirtiéndose casi de la noche a la mañana en países industrializados.
Y si ello no es suficiente, podemos ver a los países asiáticos de más reciente industrialización, como Malasia, Indonesia, Filipinas o Vietnam, todos los cuales vienen transformando sus economías, transitando de economías sencillas, agroexportadoras, a verdaderos centros de producción y exportación de bienes y servicios de alta tecnología y sofisticación. El ICE nos proporciona una manera sumamente sencilla de “visualizar” tan extraordinaria transformación con tan solo hacer click aquí o allá y desplazar el cursor del mouse de la computadora a lo largo de la línea de tiempo.
Todos estos países han seguido rutas más o menos parecidas –claro que con algunas notables diferencias de carácter geopolítico, político y circunstancial–. Lo importante es que en cada caso el énfasis ha estado y está en la mirada hacia afuera, la producción para la exportación. Mas recientemente, China y la India vienen replicando el ejemplo coreano-japonés, pero a velocidades incluso mayores.
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Pero esta estrategia de crecimiento y desarrollo económico no ha sido ni es exclusividad de los países del Sudeste Asiático. En América Latina, México, Costa Rica, República Dominicana y otros han adoptado caminos similares. Costa Rica ha logrado atraer inversiones significativas en sectores de alta tecnología, como Intel en microprocesadores. Ha creado empleos de alta calidad y fomentado el desarrollo de habilidades técnicas. Todo esto a través de un programa de “Maquila inteligente” en electrónica, insumos médicos y la industria aeroespacial. De esta forma ha logrado superar la “trampa de las materias primas”, moviéndose hacia una economía centrada en la tecnología avanzada y la manufactura especializada.
México, por su parte, desde hace casi 30 años, ha atraído inversiones significativas en sectores de alta tecnología, como la recientemente anunciada giganto-fábrica de Tesla, con más de US$ 5,000 millones para una planta de autos eléctricos, gracias a su cercanía con Estados Unidos y las bondades del así llamado Régimen IMMEX. Este “régimen” ha generado 3.1 millones de empleos directos, con salarios promedio muy superiores al sueldo mínimo. De manera especial, este régimen de incentivos ha dado un impulso extraordinario al sector automotriz, con la creación de 98,852 empleos en la industria terminal y 831,906 en la industria de autopartes, impactando positivamente el PIB. Un efecto derivado ha sido la formalización de empresas y la recaudación de aproximadamente US$ 8,000 millones en impuestos al 2022.
Con base en estas experiencias, he presentado en el Congreso de la República el PL7065/2023-CR, que promueve el desarrollo industrial, las exportaciones de servicios y la generación de puestos de trabajo a través del Régimen de Elaboración, Manufactura o Maquila y de Almacenamiento (REMA) con el fin de buscar atraer inversión extranjera directa, fomentar la industrialización, generar empleo y mejorar la competitividad internacional. El PL7065/2023-CR propone un marco legal para el régimen REMA, promoviendo la formalización empresarial y el cumplimiento de estándares internacionales, con el objetivo de transformar estructuralmente la economía hacia sectores de mayor valor agregado.
Además, promueve la descentralización, porque las empresas REMA pueden realizar sus operaciones en cualquier parte del país, a diferencia de una “zona económica especial” (ZEE) que impide que la empresa desarrolle su actividad principal fuera de dicha zona. Finalmente, el proyecto fomenta la formalidad de manera directa mediante la creación de una nueva industria de manufactura o maquila enfocada en exportación de servicios. Una economía más compleja es un requisito para el desarrollo y bienestar del país.
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