
Escribe: José Martínez Sanguinetti, fundador de Sothys Capital
El “spaghetti de la innovación” es un término que describe el fenómeno por el cual, a pesar de la abundancia de avances científicos, estos no se traducen rápidamente en mejoras tangibles para la población. Esta desconexión entre el descubrimiento, el desarrollo tecnológico y su difusión generalizada tiene un impacto significativo en nuestra calidad de vida.
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Para ilustrarlo, consideremos que, si bien los principios de la electricidad se descubrieron en el siglo XVIII, el 10% de la población mundial (770 millones de personas) aún carece de acceso a ella. Otro ejemplo sorprendente es la vacuna contra la viruela: fue descubierta en 1796 pero la enfermedad no fue erradicada hasta 1980, más de dos siglos después.
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Estos no son casos aislados. Hoy en día, existen miles de tecnologías asombrosas que ya son una realidad o están en fases avanzadas de desarrollo, pero aún no se han masificado. Imagina ventanas que generan electricidad solar para tu hogar, la impresión de órganos para trasplantes, baterías inagotables, filtros que convierten agua salada en potable instantáneamente, o materiales que se endurecen al aplicar presión, volviéndose casi indestructibles.
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También existen máquinas que extraen gasolina del CO2 del aire, procesos de fotosíntesis sintética para producir combustibles líquidos, y la generación de hidrógeno combustible a partir del agua para trenes y automóviles de alta velocidad. En el ámbito de la salud, ya se están desarrollando nanoláseres que eliminan células cancerígenas y sistemas agrícolas que ahorran hasta el 98% de agua y tierra. En tecnología, la interfaz cerebro-computadora y las computadoras que usan neuronas son una realidad cercana. Incluso se exploran los embriones humanos sin necesidad de esperma ni óvulos.
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Afortunadamente, todo esto no es ciencia ficción. Si bien la brecha entre el descubrimiento científico y su adopción práctica se ha reducido, sigue siendo considerable. Las primeras computadoras surgieron alrededor de 1940, pero la computadora personal no se popularizó hasta los años 80. Internet era viable en los 60, pero su difusión global no ocurrió hasta la primera década del siglo XXI.
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Las razones de esta lentitud son múltiples y, en su mayoría, económicas. Paradójicamente, aunque la iniciativa privada es el principal motor del avance científico, la dificultad de conciliar los intereses privados con el bienestar social global ralentiza la adopción tecnológica. Sin embargo, no siempre tiene que ser así: la vacuna contra el covid-19, descubierta en el 2020, se desplegó casi por completo en todo el mundo para el 2022.
El enorme potencial del desarrollo tecnológico ofrece soluciones para casi todos los problemas de la humanidad. La diferencia entre lo que consideramos presente y futuro reside en nuestra capacidad de organización y en cómo concebimos el mundo.
