Director Phase Consultores
La economía peruana, al ser pequeña y abierta, no solo queda expuesta a los cambios abruptos que puedan ocurrir en la economía mundial, sino que, en la práctica, estos pueden guiar su evolución. Pero no dependemos únicamente de lo que pasa en el exterior: más bien las políticas aplicadas localmente importan, y mucho. De hecho, ellas pueden potenciar el impacto externo o ser capaces de contrarrestarlo.
El FMI acaba de revisar sus proyecciones para la economía mundial este año y estima que Perú crecería 3%, tasa inferior a la mediana de 18 países de la región que he considerado (3.6%). Esta sería la segunda vez en tres años (o la tercera en seis) que el desempeño del país esté por debajo de la mediana regional, algo que no ocurría desde el año 2002.
Si bien se podría pensar que no es un drama crecer debajo de la mediana porque de todas maneras la economía se expande, vale la pena incluir dos comparaciones. La intrarregional nos dice que en los últimos diez años el PBI per cápita del Perú creció cerca de 20%, tasa mayor que la que alcanzaron Colombia, Chile, México, Brasil y Argentina (estos dos últimos países hasta registraron caídas en este indicador), pero la interregional nos indica que esta fue menor que la de Tailandia, el país de más modesto desempeño entre varios de Asia Emergente que fueron considerados (los otros fueron China, Vietnam, India, Indonesia y Malasia).
Los riesgos externos vienen bastante cargados hacia la baja: incluso considerando que la mayor parte de los efectos económicos de la pandemia habrán sido superados este año, podemos considerar al impacto de la guerra entre Rusia y Ucrania, la desaceleración estructural en marcha de la economía china y un rápido incremento de las tasas de interés en EE.UU. De esta manera, es clave el papel que puedan adoptar las políticas locales.
La economía peruana ha crecido en el 1T22 a un ritmo anual de alrededor de 4%, pero parte de este resultado se debió a la baja base de comparación: de no haber sido por el confinamiento decretado en febrero del 2021, la expansión anual en ese período hubiera estado alrededor de 2.2%. Asimismo, proyectar hasta fin de año la tendencia reciente de la producción desestacionalizada genera una expansión anual de 2.4%.
Alcanzar la proyección de 3% recién publicada por el FMI implica entonces que la economía debe acelerarse. Esto no parece factible por el lado de las exportaciones ni de la inversión privada. ¿Se podría lograr un impulso vía consumo? Las tasas de interés han subido, pero el Congreso viene discutiendo nuevos retiros de los fondos de AFP, lo que podría estimular el consumo, pero de manera transitoria y debilitando las perspectivas de largo plazo. Asoma entonces el papel expansivo de la demanda pública, factible dada la reducción del déficit fiscal, pero complicada dado que la misma se está concentrando en el gasto y no en la inversión. Y además, hablamos del déficit observado, no del estructural, que previsiblemente no debe haber mejorado al mismo ritmo.
Así que este año nos enfrentamos a un dilema: crecer alrededor de 2%, pero de manera sustentable y pensando en cómo aumentar el ritmo potencial futuro, o expandir la demanda artificialmente, lo que nos pasará factura más adelante y además podría exacerbar las ya importantes presiones inflacionarias. El comportamiento reciente del gobierno ante cierres de minas o bloqueos de carreteras hace difícil prever un cambio importante en el corto plazo, pero lograr condiciones para una mayor expansión económica de manera sostenida depende de las señales que pueda dar para incentivar la inversión privada.