
Escribe: Carlo León, gerente de Renta Fija en Prima AFP
En el Perú, la curva soberana se ha convertido en una anomalía persistente. Mientras el Banco Central mantiene una tasa de referencia en 4.5% –la más baja de la región– los bonos soberanos a 15 años siguen aún en niveles cercanos al 7.0%. Esa diferencia, conocida como la pendiente de la curva, refleja lo que el mercado piensa sobre el futuro del país, y no es alentador.
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La pendiente no se discute en las reuniones familiares ni aparece en titulares de prensa, pero determina cuánto pagará una familia por su vivienda durante varios años. Es la diferencia entre lo que cuesta financiarse hoy y lo que cuesta financiarse a largo plazo. Y el Perú tiene una de las pendientes más pronunciadas de América Latina, incluso más que México, Chile, o Colombia. En un país con inflación controlada –1.69% anual a julio– y deuda pública moderada –33% del PBI– esta brecha no debería existir. Pero existe y sigue creciendo.

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¿Por qué? Porque el mercado no confía. No en el BCR, cuya credibilidad sigue intacta, sino en el país que podría existir en el 2040. Porque los retiros masivos de las AFP que empezaron en el 2020 desmantelaron el rol de comprador estructural de bonos largos. Porque la política peruana sigue siendo una fuente de incertidumbre crónica. Porque los inversionistas saben que un bono a 15 años no solo depende de la inflación de hoy, sino de la institucionalidad de mañana.
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Sin embargo, pese a considerar factores del mañana, el impacto es inmediato. Las tasas hipotecarias se encuentran, en promedio, relativamente estables en 7.4% anual, pero podrían ser aún menores si la curva soberana fuera más plana. Una hipoteca de S/ 300,000 a 20 años con una tasa un punto porcentual más baja implica un ahorro de más de S/ 43,000. Ese monto supera ampliamente lo que se puede retirar con 4 UITs, y además, lo hace sin destruir el capital previsional.
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Mientras tanto, el déficit habitacional supera los 1.9 millones de hogares. Cada punto adicional en la curva soberana encarece el crédito, frena la inversión y limita el desarrollo urbano. Es un impuesto silencioso por el que nadie votó, pero todos pagamos. Y si se repiten los retiros de AFP o se deteriora la disciplina fiscal, la pendiente podría volverse aún más pronunciada, comprometiendo la actividad económica y ampliando las brechas sociales.
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La forma de la curva es un termómetro de confianza. Aplanarla no requiere solo una buena política monetaria, sino además de una política fiscal creíble, estabilidad institucional y profundidad de mercado; requiere, sobre todo, de una visión de largo plazo que no dependa de ciclos políticos ni de urgencias coyunturales. Ignorarla es asumir que el futuro será igual al presente, y en el caso del Perú, esa es una apuesta que requiere compromisos más claros.