
Escribe: Carolina Trivelli, investigadora del Instituto de Estudios Peruanos - IEP
Por muchos años, el Perú fue un ejemplo en materia de reducción de la pobreza monetaria en Latinoamérica. Tristemente, hoy estamos muy rezagados respecto a los demás países de la región. Como se sabe, a pesar de una modesta reducción de pobreza y pobreza extrema en el 2024, aún mantenemos niveles de pobreza muy superiores a los de la prepandemia (2019). La pobreza total está 7.4 puntos porcentuales (p.p.) por encima de la registrada en el 2019, y la pobreza extrema 2.6 p.p. respecto a ese año (lo que implica que hoy, prácticamente, tenemos el doble de pobreza extrema que entonces).
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La región, de acuerdo con los datos de la CEPAL (para el 2023), ya registra niveles de pobreza menores que los del 2019, bajando la incidencia de la pobreza de 30.2% a 27.3% y la pobreza extrema de 11.3% a 10.6%. Uno podría pensar que como somos una región diversa, este agregado podría estar escondiendo patrones diversos, pero no.
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Prácticamente todos los países han logrado remontar y mejorar los niveles de pobreza monetaria del año 2019. Las excepciones son Honduras, que en el 2024 mantiene un nivel de pobreza de 2.4 p.p. por encima del nivel que tenía en 2019, Perú, como ya se mencionó (+7.4 p.p.), y Argentina (que solo mide pobreza en el ámbito urbano) con 2.6 p.p. por encima del nivel del 2019 (según sus datos oficiales). Ningún país de la región está tan lejos de recuperar el nivel de pobreza prepandemia como nosotros. Todo el resto de países para el que encontré información correspondiente a los años entre 2022 y 2025 (Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Ecuador, El Salvador, Guatemala, México, Panamá, Paraguay, República Dominicana, Uruguay y Venezuela) está hoy mejor o igual que en el 2019 en cuanto a pobreza monetaria.
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El indicador de pobreza extrema sí presenta resultados menos auspiciosos, con una modesta reducción a nivel regional (-0,7 p.p.) respecto al 2019, pero con varios países registrando aún niveles superiores al nivel prepandemia (Chile, Ecuador, El Salvador, Honduras, Guatemala, Perú y Uruguay) en este indicador.

¿Cómo pasamos de ser un país emblema de lo que el Banco Mundial llamó “crecimiento inclusivo” a ser el país menos efectivo en atenuar las condiciones de pobreza? ¿Por qué los demás países de la región, incluso aquellos con mayores niveles de pobreza y/o con menor recuperación económica pospandemia, han podido recuperar su senda de reducción de pobreza y nosotros no?
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Propongo cuatro explicaciones posibles de cómo quedamos en esta situación. Primero, sabemos que la pandemia nos golpeó más que otros países (si lo medimos, por ejemplo, por el número de fallecidos por cada 100 mil habitantes) y que tras ese evento vino una seguidilla de crisis que nos impidieron recuperarnos adecuadamente (la inflación, la guerra en Ucrania, los fenómenos climáticos, la crisis política).
Segundo, que no logramos sostener políticas sociales y de recuperación económica efectivas que permitieran a las personas que entraron en situación de pobreza recuperarse rápidamente. Sea esto porque los programas de apoyo duraron muy poco, porque no les llegaron a las personas que lo necesitaban, porque el monto de los apoyos fue insuficiente, o sea por las condiciones estructurales del país, como la altísima tasa de informalidad y vulnerabilidad de la población.
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Tercero, porque como país seguimos atendiendo la pobreza como hace diez años, cuando claramente la pobreza y el perfil de las personas en pobreza han cambiado. Seguimos usando los mismos instrumentos y atendiendo a los mismos ciudadanos que antes de la pandemia (no se logró atender la creciente pobreza urbana ni el componente de inseguridad alimentaria de la pobreza actual). No innovamos ni adecuamos la respuesta social a la nueva situación.
Cuarto, una vez más nos confiamos en que el crecimiento económico se iba a hacer cargo, y no solo no logramos recuperar niveles de crecimiento suficientes, ni sostenidos, como para ello, sino que la respuesta de la pobreza frente al crecimiento también parece haber cambiado en estos años.
No sorprende por ello que, junto con este retroceso enorme en lucha contra la pobreza, el Perú se mantenga como el país con mayor inseguridad alimentaria de la región (si bien la inseguridad alimentaria se está reduciendo, sigue estando en niveles muy altos), que la anemia no baje y que la desnutrición crónica infantil se haya estancado luego de años de reducción continua.
El que casi todos los países, que también han enfrentado las crisis, hayan podido recuperarse en materia de pobreza y nosotros no, nos obliga a repensar nuestra estrategia de desarrollo e inclusión social y a volver a poner en el centro de la acción pública y privada el objetivo de recuperar una senda sostenida, sostenible y efectiva de reducción de la pobreza. Eso debería ser un eje clave de discusión en las propuestas electorales para el 2026.

Magister en Economía Agraria por The Pennsylvania State University y Economista de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP). Ex Ministra de Desarrollo e Inclusión Social.