Escribe: Yohnny Campana, Economista asociado de Macroconsult
En el 2020, a raíz de la pandemia del covid-19, el Perú experimentó una contracción significativa de su economía que, si bien logró recuperarse en el 2021 y mantuvo un crecimiento positivo (aunque pequeño) en el 2022, vivió un revés al contraerse en 0.6% en el 2023. A la par, con la caída de la economía, el empleo se redujo y en el 2020 se ubicó alrededor de 13% por debajo de su nivel pre pandemia, pero rebotó rápidamente dos años después. Sin embargo, los ingresos laborales, que también sufrieron una contracción mayúscula en el 2020, vienen teniendo una recuperación más lenta y en el 2023 aún se encontraron cerca de 5% por debajo del nivel pre pandemia en términos reales.
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Asimismo, en este periodo el país enfrentó diversos eventos externos y climáticos que condujeron a que entre el 2021 y el 2023 la inflación acumulada fuera de 19.4%, principalmente por el aumento significativo de los precios de alimentos, que en los tres años acumularon una inflación de 27.4%. En el 2023 los shocks anteriores se fueron disipando y el año cerró con una inflación de poco más de 3%.
La ocurrencia conjunta de los shocks de ingresos y precios afectaron la demanda de alimentos y nutrientes de los hogares. En muchos casos, ante menores ingresos y mayores precios, los hogares debieron reemplazar alimentos de mayor calidad y precio (es decir, de mayor contenido de nutrientes) por otros de menor calidad (es decir, con menor contenido de nutrientes), alterando el contenido de nutrientes de su alimentación para mantener sus requerimientos calóricos. Sin embargo, en otros casos la elevada magnitud de los shocks hizo imposible ajustar del todo la canasta de consumo alimentario, por lo que los hogares debieron reducir su consumo de alimentos y experimentar déficits calóricos, en particular entre aquellos más pobres. Por esta razón, según información de los reportes de Condiciones de Vida del INEI, la población que presentaba déficit calórico en el último trimestre del 2019 era del 29%, pero esta cifra se incrementó hasta 36.2% en trimestre similar del 2022 y se mantuvo en casi igual nivel en el mismo período del 2023. Además, el incremento más notable ocurrió en el ámbito rural, donde la población con déficit calórico pasó de 26.7% a 36.7% entre el cuarto trimestre del 2019 y el mismo período del 2023. Al parecer, existía una proporción importante de población vulnerable que cayó en déficit calórico cuando fue expuesta a los shocks enfrentados por el país.
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No obstante, el problema aún persiste. La población con dificultades para cubrir sus requerimientos alimentarios aún no logra reducirse y probablemente revertir esta tendencia demore algo más. Según cifras recientes del INEI, la proporción de personas con déficit calórico se ubicó en 36.5% en el segundo trimestre del 2024. Además, si bien la economía se encuentra en recuperación y este año creerá en cerca de 3%, el mercado laboral aún está relativamente estancado y los salarios reales apenas muestran signos de recuperación, pero aún están levemente por debajo del 2019. En general, el mercado laboral reacciona con rezago al ciclo económico en cerca de tres trimestres, por lo que se requerirá algunos meses más para que este repunte de la economía se traslade a una mayor capacidad de gasto de los hogares.
La población con déficit calórico es la medida más cercana al hambre, pues mide la proporción de personas cuyo consumo de alimentos les brinda menos energía de la necesaria para cubrir sus requerimientos biológicos y ejecutar actividades cotidianas adecuadamente. Por ello, es un factor que genera trampas de pobreza ya que, como explican Duflo y Banerjee en su libro “Poor Economics”, si una persona no llega a consumir las calorías necesarias, entonces podría reducir su productividad al punto que los ingresos generados no permitan comprar los alimentos necesarios para cubrir sus requerimientos nutricionales. Este proceso dinámico puede conducir a que en el tiempo la persona reporte niveles decrecientes de productividad que terminen en su empobrecimiento crónico. Esta es una sobre simplificación, por supuesto, pero muestra lo significativo del problema.
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Por tanto, a diferencia de los señalado hace algunas semanas por el titular del Ministerio de Desarrollo Agrario y Riego, las cifras indican que en Perú el hambre es extendido, se ha acrecentado de manera sostenida en años recientes y es un problema de consideración mayor. Por ello es recomendable que el Estado ponga atención a la evolución del déficit calórico como una variable objetivo de la política pública, porque el incremento reciente podría ser alerta de un problema alimentario con riesgo de convertirse en nutricional, que atente contra los esfuerzos que hace el país. Este indicador también podría ser utilizado para focalizar la política alimentaria que despliega el Estado desde diversos frentes, por ejemplo a través del Vaso de Leche, Comedores Populares o las Ollas Comunes, que son atendidas por los gobiernos locales y tienen procesos de asignación menos transparentes. En cualquier caso, se requiere más acción.
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