Escribe: Enrique Castillo, periodista.
En el último año la presidenta Dina Boluarte ha ido dándole forma a un gabinete a su medida, en el que la meritocracia o el conocimiento y el liderazgo en el sector no son los factores fundamentales para ceñirse un fajín.
La pertenencia o la relación estrecha con el círculo más próximo a Palacio de Gobierno; la cercanía y lealtad a la presidenta; la disposición para defenderla y defender a los voceros que la defienden o que son más cercanos a ella; la preferencia por el perfil bajo; y el ejercicio de la función supeditada a los deseos presidenciales; parecieran haber sido, hasta el momento, en la gran mayoría de los casos –con excepciones contadas con los dedos de una mano– las condiciones más importantes para formar parte del gabinete ministerial.
Las declaraciones públicas del primer ministro Adrianzén negando la posibilidad de cambios en el gabinete, o mostrando una actitud que reflejaba que estaba lejos de ser partícipe de estos, aún cuando apenas horas después se anunciaba la toma de juramento de nuevos ministros, dan fuerza a la versión de que la presidenta decide estos cambios consultando con otras personas muy cercanas a ella, y no con quién ordena la Constitución.
Esta situación ha hecho que el desempeño de los ministros en sus sectores no haya sido muy relevante, no tengan resultados muy destacados, y no hayan podido asumir un liderazgo reconocido en el sector.
Por el contrario, la mayoría de los muchos ministros que ha tenido este Gobierno se han hecho conocidos o han tenido un cuarto de hora mediático “gracias” a hechos o dichos que los han enfrentado con la opinión pública, con sectores de la sociedad, con los medios, o con algunos de los pocos sectores políticos críticos al Gobierno, pero no por decir o hacer algo novedoso, positivamente disruptivo, innovador, o visionario, sino por cerrar filas, defender y/o justificar lo más cuestionado o cuestionable del Gobierno, sin sustento alguno o quizás sin pensar antes las cosas. Así, varios ministros se convirtieron en insumos para fuertes y mayoritarias críticas, cuestionamientos, burlas, o memes.
En ese sentido, muchos de los ministros no han podido o no han sabido ser voceros de sus sectores, ni asumir un liderazgo en los mismos. Y no se trata de hablar por hablar o tratar de destacar por figuretismo, que es lo que ha ocurrido en varios casos y momentos de esta administración, en donde parece que lo que se ha buscado es hacer méritos ante la presidenta para tratar de mantenerse en el cargo, y no ante su sector o el país en base a un trabajo que permita la buena ejecución de planes de desarrollo de las áreas a su cargo.
Son muy pocos los titulares de cartera de este Gobierno que pueden exhibir logros importantes que hayan nacido de su propia gestión. Es más, son poquísimos los ministros cuyos nombres y apellidos son conocidos por la población en esta gestión gubernamental. Y, lamentablemente, los más conocidos y más mediáticos tienen que ver con gestiones cuestionadas por su labor de escuderos de la presidenta, por sus discutidos resultados al frente de su cartera, o por las denuncias y acusaciones en sus gestiones o en sus ministerios.
Este escenario lleva a preguntarse si con estas gestiones y con estos gabinetes es posibles hacer cambios y transformaciones profundas como la fusión de ministerios o reformas trascendentales en entidades o instituciones públicas como la del sector Justicia, la Fiscalía de la Nación, la Policía Nacional; y compras y adquisiciones importantes con montos multimillonarios. Más todavía cuando se trata de las postrimerías del gobierno.
La fusión de ministerios no es poca cosa. No se trata de juntar personal y sumar dependencias. Hay que hacer una racionalización profunda. Y eso requiere de un trabajo muy bien hecho. A no ser que lo que se quiera es juntar ministerios que tienen problemas o denuncias muy graves, para tratar de que se pierdan los rastros.
Lo mismo ocurre con las famosas reformas, que en el Perú casi nunca han conducido a una mejora sustancial de la situación actual, precisamente porque se han hecho como una reacción a determinada situación crítica, o como una acción de distracción o de ligereza política para hacer creer que se está actuando frente a determinada coyuntura delicada.
Todas esas reformas, transformaciones, cambios o compras debe hacerlas el próximo Gobierno, luego de una planificación y programación que pueden hacerla en preparación a la campaña.
Este Gobierno y este gabinete tienen bastante trabajo con los temas que angustian a la población, que no son la compra de aviones o la fusión de ministerios.