Director de la Carrera de Economía de la U. de Lima
El fin de la pobreza es quizá el principal propósito que debería tener la humanidad. Las Naciones Unidas lo considera como el primer Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS), que, de forma optimista, se debería conseguir hacia el año 2030. Se puede pensar en la obtención de ese objetivo tanto desde una perspectiva humanista, que busca fomentar el desarrollo de todos los seres humanos, como desde una perspectiva pragmática para la generación de sociedades más predecibles y estables.
Para muchos estudiosos de nuestras realidades, solo eliminando la pobreza se podrán generar sociedades más justas, donde los habitantes de las distintas naciones se sientan parte de las mismas al sentir que la institucionalidad reinante genera al menos un “piso social” que evita el hambre. Se trata de generar las condiciones básicas para el acceso a los servicios de salud y educación, que permitan la mejora en la calidad de vida de todos los hombres y mujeres, en un ambiente donde no se sacrifique la libertad de cada individuo. Acabar con la pobreza no requiere hoy en día de revoluciones violentas o del crecimiento desmesurado del Estado, como siguen propugnando muchos neomarxistas, pero sí de un trabajo eficiente del mismo y del mantenimiento de las reglas básicas del mercado.
Un economista de la Universidad de Harvard, Jeffrey Sachs, en su libro “El fin de la pobreza”, publicado en el año 2005, opinaba “que todas las regiones del mundo tienen la posibilidad de incorporarse a una era de prosperidad basada en la ciencia, la tecnología y los mercados mundiales”. Pero se requiere de decisiones colectivas que se orienten hacia una educación generalizada, en un ambiente donde se permita el desarrollo creciente del comercio internacional. Considero que si bien el libro fue escrito hace más de quince años, sus propuestas siguen vigentes. Y es que la suma de capital humano más posibilidad de acceso a los mercados mundiales ha sido una combinación exitosa en el caso de muchos países que han logrado altas tasas de crecimiento de sus economías desde la Segunda Guerra Mundial. Alemania y Japón se recuperaron de sus derrotas en aquella fatídica contienda y hoy son nuevamente potencias mundiales. Los llamados tigres asiáticos de las últimas décadas del siglo XX, especialmente Corea del Sur y Singapur, también lograron altas tasas de crecimiento a través de sus exportaciones. Y en América Latina, los avances de Chile y Perú, a pesar de la inestabilidad social y la política interna, están vinculados a la mayor presencia de esos países en el comercio mundial. Algunos afirmarán que el crecimiento no es necesariamente desarrollo, aunque para la mayoría de economistas sea una condición necesaria para lograrlo. Sin embargo, es precisamente mediante una estructura del aparato del Estado, profesional y eficiente, que incentive la inversión privada y administre técnicamente la inversión pública, que se contribuye a convertir el crecimiento económico en desarrollo económico.
Sin duda, el Perú es uno de los países de América Latina que más ha crecido en las últimas tres décadas, lo que ha generado una disminución significativa de la pobreza, de niveles superiores al 50% a aproximadamente 20% antes de la pandemia, habiéndose incrementado en el año 2020, por el COVID-19, a alrededor de 30%, y el año 2021 cerró por encima del 25%. La disminución, en las dos primeras décadas del presente siglo, debió haber sido mayor si el Estado peruano –tanto a nivel nacional como regional y municipal– hubiera sido eficiente y se hubiera evitado la corrupción en los sectores público y privado.
La eliminación de la pobreza en el Perú debe ser el objetivo principal de nuestra sociedad, y para ello el énfasis debe de estar en la aceleración del crecimiento de nuestra economía y en la aplicación de políticas sociales focalizadas. Recordando a Abhijit Banerjee y Esther Duflo, Premios Nobel de Economía 2019, se trata de otorgar a los pobres de hoy la idea de que hay un futuro.