
Escribe: Javier Gamboa, Vicepresidente de Estrategia y Gestión de Portafolios de RIMAC
(4 de diciembre del 2025) Los mercados emergentes han navegado este 2025 en un entorno que combina resiliencia global con vulnerabilidades locales. En este tablero, América Latina ha ofrecido una historia fragmentada, donde el tipo de cambio ha vuelto a ser un termómetro de confianza y expectativas. A medida que el dólar estadounidense pierde algo de impulso, las monedas latinoamericanas comienzan a reflejar con mayor claridad sus fortalezas y debilidades estructurales.
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Desde el frente global, la narrativa ha evolucionado con matices. Si bien la economía de EE. UU. sorprendió al alza durante el primer semestre, los datos recientes confirman una desaceleración gradual, en línea con la secuencia de recortes que la Reserva Federal inició en septiembre. En el plano regional, las economías latinoamericanas han mostrado un crecimiento moderado, ligeramente por encima del 2 % en promedio, acompañado de una inflación heterogénea que bordea el 4 % y bancos centrales que también han comenzado a recortar sus tasas de referencia.

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En cuanto al desempeño cambiario, salvo Argentina, la película en América Latina ha sido relativamente homogénea. El peso colombiano (USDCOP 3,729) ha sido la moneda estrella del año, con una apreciación de más del 16 %, impulsada principalmente por las operaciones de ingeniería financiera ejecutadas por la Dirección de Crédito Público (DCP), en particular una operación de Total Return Swap (TRS) que buscó mejorar el perfil financiero del portafolio de deuda soberana.
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El peso mexicano (USDMXN 18.33) también ha mostrado un desempeño notable, con una apreciación superior al 13 %, sostenida por la disciplina monetaria del Banxico, los flujos asociados al fenómeno del nearshoring y una estabilidad política relativa. El peso chileno (USDCLP 927), en cambio, ha lucido rezagado frente a otras monedas de la región: solo ha subido 7 %, penalizado por su alta dependencia del comercio internacional, un bajo diferencial de tasas frente a EE. UU. y un entorno global que no ha favorecido al carry trade en monedas de economías pequeñas y abiertas.
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En el extremo opuesto, el peso argentino (USDARS 1,452.7) ha sido la moneda con peor desempeño del continente, con una depreciación del 28 %. Esta dinámica refleja la creciente desconfianza respecto a la viabilidad de los ajustes fiscales impulsados por el gobierno de Milei. La incertidumbre política continúa siendo un lastre que complica la estabilización económica.
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El caso peruano es, una vez más, particular. El sol (USDPEN 3.36) se mantiene como una de las monedas más estables de la región. Su apreciación anual supera el 11 % y su volatilidad implícita es la más baja entre las principales divisas latinoamericanas. Esta estabilidad no es casual: se explica por el elevado nivel de reservas internacionales, la prudencia del BCRP y la baja exposición a flujos especulativos. No obstante, la cercanía del proceso electoral y las recientes intervenciones del banco central en el mercado spot han puesto un piso de corto plazo al tipo de cambio.
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Más allá del desempeño individual, las monedas de la región enfrentan un cambio de régimen. El entorno de tasas altas en dólares está dando paso a uno de mayor relajación, lo que reduce la presión externa. Pero simultáneamente, muchos bancos centrales latinoamericanos ya han iniciado recortes agresivos, reduciendo el diferencial de tasas y, con ello, el atractivo de sus monedas en términos relativos.
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En este nuevo equilibrio, los factores domésticos volverán a ser protagonistas. La consolidación fiscal, la credibilidad institucional y la capacidad de generar crecimiento sin desequilibrios externos definirán cuáles monedas mantendrán su solidez y cuáles cederán terreno. En un mundo donde el dólar ya no lo explica todo, América Latina deberá escribir su propio capítulo con disciplina macro y señales claras.







