
Martín Naranjo
Presidente de Asbanc
Hasta finales de los años setenta, en los colegios y universidades del Perú estaba prohibido usar calculadoras. El argumento no era tanto que estas pudieran impedir el desarrollo de las habilidades, sino que su uso resultaba discriminatorio porque otorgaba ventaja a quienes podían comprarlas. Lo que sí se podía usar eran las reglas de cálculo. No era raro ver a un profesor de matemáticas llegar al aula como si fuese un tablista: en lugar de una tabla hawaiana llevaba una regla de cálculo gigante que colgaba sobre la pizarra para mostrar cómo así alinear escalas logarítmicas permitía multiplicar, dividir o incluso, según el modelo de la regla, realizar operaciones más complejas.
Mi padre fue quien me enseñó a usar esas reglas. Curiosamente, en la transición, lo veía verificar manualmente —o con su regla de cálculo— las operaciones que hacía en la calculadora. Para mí fue al revés: yo verificaba con mi calculadora los cálculos que hacía manualmente. Es decir, él confiaba más en sus propios cálculos y yo confiaba más en la calculadora.
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Ese es el patrón de casi toda transición tecnológica. Hubo un tiempo en el que los contenidos de la web eran mirados con desconfianza y se prefería verificar en libros impresos y en fuentes bien curadas. Hoy, en cambio, usamos los sitios de confianza que hemos identificado en la web para comprobar lo que nos devuelve la inteligencia artificial. La web, en buena medida, ha pasado de ser fuente de dudas a convertirse en fuente de confianza. Y seguramente lo mismo ocurrirá, en un futuro no muy lejano, con la IA. Creemos más en lo que ya conocemos, pero la novedad tiene que ir ganándose nuestra confianza hasta desplazar, en nuestras preferencias, a las antiguas herramientas.

Asimismo, en todo ámbito, el ciclo de innovación y de adopción seguirá acortándose. Para todo propósito práctico, se ha vuelto instantáneo. Parafraseando a Vallejo, innovamos a treinta minutos por segundo, y la naturaleza de la innovación es la innovación dos veces. Detrás de esta dinámica de la innovación está el ciclo del conocimiento, que hoy ha devenido en instantáneo. En realidad, es el ciclo de conocimiento el que reproduce esta característica en el ciclo de innovación.
Así, el conocimiento ya no se almacena en bibliotecas físicas ni se valida únicamente por expertos en procesos que toman años. Hoy producimos conocimiento en redes, lo actualizamos en tiempo real, y lo validamos y distribuimos inmediatamente en plataformas digitales. En el momento en que se compactó el ciclo de producción y validación del conocimiento, también se compactó su ciclo de aplicación.
Los ciclos de las comunicaciones, de la opinión pública y de la investigación de mercados también se han comprimido notablemente. El ciclo entre el hecho, la noticia, la opinión experta y la opinión pública ya no transcurre en semanas ni en días: es otro ciclo instantáneo. Lo mismo pasa con las encuestas: son fotos recientes, pero al mismo tiempo antiguas. El mundo digital y el mundo físico se han fusionado en uno solo.
Esta característica de instantaneidad también une disciplinas y, por lo tanto, también complejiza los problemas que enfrentamos y los temas que podemos acometer. Las múltiples disciplinas se han fusionado: desde la estadística, la ingeniería y la biología, hasta las ciencias jurídicas, sociales, de la comunicación, la ética y la filosofía. Los grandes desafíos cruzan simultáneamente múltiples fronteras del conocimiento y de la tecnología. Quizá el ejemplo más extremo y reciente de esta fusión de disciplinas sea el de la Inteligencia Organoide. Pero no me crea a mí, querido lector, utilice su buscador o su asistente de IA preferidos para verificarlo.
Estos cambios ya están aquí y exigen ajustes urgentes en las empresas, en las universidades y en el gobierno. Al centro de esta triple hélice subyace un problema de coordinación cada vez más grave. Empresas, universidades y gobierno se mueven a diferentes velocidades. Toman decisiones en marcos y en plazos tan distintos que se están alejando entre sí. Esta divergencia ocurre porque cada aspa de la hélice gira a un ritmo propio, lo que dificulta enormemente la coordinación. Lo que antes era un problema de coordinación, hoy se ha convertido en un problema de liderazgo. Las dificultades de articulación están poniendo en evidencia la importancia del liderazgo empresarial.
El liderazgo empresarial debe tener, entonces, un rol orquestador. Le corresponde la misión especial de traducir los plazos, las formas de pensar y de vivir de la academia y del gobierno en un lenguaje común que permita generar una visión de largo plazo, capaz de hacer que los distintos ritmos armonicen en una textura de unidad. El liderazgo empresarial tiene la responsabilidad de crear convergencias.
En el nuevo contexto que hemos descrito, ignorar esta responsabilidad no es una opción. No lo es porque implicaría poner en riesgo nuestra capacidad de cohesión como sociedad en medio de cambios tan acelerados y distintos. Nos toca aprender a orquestar en turbulencia, entendiendo que la confianza no está solamente en las herramientas, no está en las reglas de cálculo ni en la IA, sino en nuestra habilidad para usarlas juntos.