Economista, docente de la Escuela de Posgrado de la U. Continental
El discurso de 28 de julio del presidente Castillo ha demostrado que su capacidad de lectura ha mejorado sustancialmente. Sin duda, ha sido su mejor lectura en voz alta como presidente. A comparación con sus anteriores alocuciones, se apreció mayor fluidez y cometió menos errores. La lectura mirando fijamente al papel permitió minimizar yerros. Y seguramente hay algunos peruanos que, tras escucharlo, han fortalecido su creencia de que el Gobierno está beneficiando a los más necesitados.
Sin duda, la dicción presidencial mejoró, pero cabe preguntarse ¿qué tanto comprendió Castillo de lo que leía? Los diversos análisis que se han hecho del discurso presidencial desde entonces concluyen en que la narrativa oficial no se condice con la realidad. No solo hubo grandes ausencias, sino distorsiones graves de lo que viene sucediendo y de la responsabilidad del Gobierno en la crisis económica, política y social que vivimos.
¿Será falta de comprensión o se trata, más bien, de autoengaño? Me inclino a pensar que el presidente no buscó engañarnos, sino, más bien, compartió su autoengaño con nosotros.
El mentirse a uno mismo genera el convencimiento de que existe un universo alternativo en el que somos lo que anhelamos ser para evitar enfrentarnos a nuestra dura realidad. Llegamos allí de distintas maneras, entre ellas, rodeándonos de personas que validen y/o compartan nuestra visión y nuestra necesidad de estar en otra realidad. Aunque puede aliviarnos e, incluso, ser gratificante en el corto plazo, el autoengaño afecta nuestra capacidad de contrastar ideas alternativas, de reflexionar y, aún más, de ser empático.
En el último año, el presidente Castillo se rodeó de colaboradores claramente no calificados para los altos cargos que se les encomendaron, pero que compartían con él la creencia de que el mundo en que vivimos no es el mundo en que vivimos, de que las reglas a las que estamos sujetos, no eran vinculantes para ellos. Y tras los muchísimos escándalos que se suscitaron, presenciamos una altísima rotación de funcionarios. Casi 50 ministros de Estado en menos de un año. Y, como si esto fuese poco, ayer el presidente del Consejo de Ministros puso su cargo a disposición, con lo que la rotación ministerial de este gobierno seguramente pasará a formar parte de algún tipo de récord.
La elección de personal no capacitado –ni profesional ni moralmente– para altos cargos en el Estado, no contribuyó a la implementación de políticas públicas adecuadas ni a la transparencia. Por el contrario, promovió la ineficacia y la corrupción. Por eso el último discurso presidencial es difícil de digerir, al menos que lo conceptualicemos como una invitación a entrar al mundo paralelo en el que parecen vivir nuestros gobernantes, donde las leyes de la lógica y las relaciones de causalidad parecen no aplicar.
En este mundo paralelo, el responsabilizar a terceros –incluyendo a la oposición, prensa, la empresa privada– por las ineficiencias y los errores del Gobierno puede tener sentido. Incluso puede resultar razonable pretender negar o ignorar los graves escándalos de corrupción del Gobierno. Sin embargo, en el mundo en que vivimos y en el que tiene que rendir cuentas el presidente esto no es así.
El que el presidente se mienta a sí mismo perjudica a la mayoría de peruanos que estamos condenados a sufrir la realidad: inseguridad ciudadana, alta inflación, parálisis de la inversión, menor generación de puestos de trabajo y déficit de servicios públicos adecuados. Deje de autoengañarse, señor presidente, escuche a toda la población, no solo a unos pocos que validan su percepción irracional de la realidad.