Escribe: Enrique Castillo, periodista.
Durante las últimas dos décadas hemos vivido en el Perú un bipartidismo que ha dominado los procesos electorales y que ha sido determinante para la elección de cada nuevo gobierno.
A pesar de que tuvimos muchos partidos políticos en contienda, y varios candidatos en disputa, la batalla final siempre se dio entre el fujimorismo y el antifujimorismo, llevándose los últimos el triunfo por un margen sumamente estrecho.
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Con Alberto Fujimori en prisión y alejado de la política activa, el fujimorismo siempre fue considerado una amenaza con grandes posibilidades por unos, y una buena alternativa con primera chance para otros.
Desde hoy, siempre quedará la incógnita sobre lo que hubiera ocurrido el 2026 con un Alberto Fujimori candidato (a la Presidencia o al Senado) o como un activo, protagónico y mediático asesor de su hija, en momentos en los que el antifujimorismo ha empezado a ceder, y cuando el anticaviarismo, quizás el principal antagonista del fujimorismo, ha empezado a crecer, en un escenario en el que el voto va a dispersarse mucho si todos o varios partidos lanzan su propio candidato.
Hoy muchos etiquetan al fujimorismo como un partido de derecha, pero estamos seguros que ni Alberto Fujimori hubiera podido clasificar hoy a su partido en alguna de las escalas ortodoxas de la derecha. Y esto porque el fujimorismo no es un partido que nació de una doctrina o de una ideología “formal”, nació de un impulso, y del aprovechamiento de una coyuntura que le fue absolutamente favorable: la vigencia y liderazgo mundial y nacional de lo japonés; el rostro nuevo de un “japonés” que “se veía honesto”; la “promesa” de que con un presidente descendiente de japoneses el Japón nos adoptaría; y la pelea “sangrienta” entre el aprismo y el Fredemo que asustaba a todos.
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Alberto Fujimori y el fujimorismo fueron un movimiento aluvional en su inicio, que nació y ganó por oponerse a la derecha y al “shock” de Mario Vargas Llosa y el Fredemo. Es decir, Alberto Fujimori fue el “anti”, que le ganó al vargasllosismo, como en la última década PPK, Pedro Castillo y otros, fueron el anti que le ganó al fujimorismo.
Esa falta de identidad ideológica o programática hizo posible que el fujimorismo cambiara muchas veces el nombre de su partido sin que sufriera consecuencia alguna su votación. Bastaba con que el apellido Fujimori estuviera encabezando la plancha, y con que el color naranja fuera la característica, para que la preferencia estuviera asegurada. La prueba está en que cuando una no Fujimori fue la cabeza de la locomotora, el resultado fue muy malo.
El reto del fujimorismo hoy será sobrevivir sin la sombra o el paraguas de Alberto. Sin su presencia física y mediática como líder ganador que derrotó al terrorismo y a la hiperinflación; sin Alberto como protagonista, consejero o líder fundador que pueda mediar entre los hermanos Fujimori, o que pueda poner un poco de orden aunque sea la distancia.
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Ahora Keiko, y eventualmente Kenji, estarán solos, políticamente “huérfanos”, y aunque la edad los muestre como personas ya maduras, y rodeadas de los Juárez, Torres, Galarreta, Chávez, Salgado y otros más, siempre serán “los hijos de Fujimori”, que heredarán políticamente gran parte de lo malo del fujimorismo (porque para la opinión pública se hereda lo malo y lo bueno se lo lleva el líder que ya no está) y que tendrán que demostrar cada día que son capaces de ser lo bueno que fue su padre en lo que la sociedad le reconoce.
El otro reto es construir una plataforma y una “promesa” como la que construyó su padre, y como la que fue capaz de administrar bien cuando fue Gobierno, en lo que a la lucha contra el terrorismo, la derrota de la hiperinflación, y la cercanía con los pueblos olvidados se refiere; tomando distancia de lo que hizo el fujimontesinismo. Si es con capitalismo popular, con una derecha moderada, o con un centro derecha, no importa, lo interesante será definirse y separarse de la actuación política actual, que tiene más de operadores sin rumbo, que de estrategas con muñeca y visión.
Y finalmente, un desafío grande será el ser capaces de construir lo que en futuro pueda ser un fujimorismo sin ningún Fujimori.
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