Presidente de Apeseg
Luego del torpe intento de golpe de Estado del expresidente Castillo se vuelve abrir un llamado generalizado de reformas políticas. Como siempre, en momentos de caos surgen los oportunistas y hay que tener mucho cuidado con las propuestas. Muchas de ellas lo único que hacen es favorecer intereses particulares, en lugar de buscar construir un sistema político con mayor estabilidad y en democracia. Debería ser claro para todos que el costo de todos estos años de volatilidad política los estamos pagando con menor desarrollo y con un menor progreso que tiende a afectar en mayor medida a las personas de menores ingresos en el país.
Pensando en las reformas políticas el diagnóstico es que la mayoría de los representantes de los partidos políticos prefieren privilegiar intereses particulares y de corto plazo a los temas de interés común que típicamente requieren soluciones largas y complejas. Sus campañas han sido financiadas por negocios ilegales que buscan mínimamente proteger, y maximalistamente blanquear y por qué no ampliar intereses. Prefieren atajos imperfectos o hasta contraproducentes a reformas que requieren plazos largos para resolver los problemas que enfrenta la ciudadanía.
Cuando hablamos de reformas habría que separarlas en tres grupos de personas a las cuales van dirigidas: (a) los que postulan, (b) los que ganaron la elección; y (c) los electos que deberían salir al no comportarse como corresponde. En primer término, están las reformas que apuntan a mejorar el perfil de los candidatos. En ese grupo están reformas como, por ejemplo, exigir mayor divulgación de la información de sus currículos o simplemente que esa información se entregue con mayor anticipación para poder ser verificada, o la prohibición a participar a personas con condenas por delitos muy graves.
En un segundo grupo están aquellas reformas que buscan premiar el buen comportamiento de los congresistas electos. Por ejemplo, la reelección congresal que podría atarse a la bicameralidad como una suerte de premio por buen desempeño. Es decir, puedes postular para la cámara de senadores siempre y cuando tuviste una destacada participación en la cámara de diputados. Resulta lógico que, si queremos que se preocupen de temas de mediano plazo, se debería ampliar su horizonte de influencia. Si queremos, se puede limitar a no más de 3 elecciones consecutivas. En este mismo grupo están aquellas sugerencias para castigar la enorme facilidad con la cual los congresistas electos abandonan los colores con los que fueron elegidos y empiezan a negociar su carta pase como si se tratara del mercado de futbolistas.
Finalmente, están las reformas que apuntan a separar la paja del trigo. Claramente los mecanismos que hoy existen no son mínimamente suficientes. La comisión de ética del Congreso no ha logrado hacer su tarea. Tenemos congresistas violadores que no han sido desaforados, tenemos congresistas que están implicados en actos de corrupción que siguen votando como si nada. Una propuesta que ya se discutió antes era la de darle la tarea de sancionar a los congresistas a personas fuera del Congreso. En esa misma línea, se han sugerido propuestas que buscan hacer pasar a los congresistas por una suerte examen parcial con renovaciones por mitades o tercios que los ratifique o los cambie.
Creo que es bueno pensar en las reformas de esta manera porque de repente estamos dejando de lado uno de estos tres aspectos en los que queremos mejorar. Asimismo, hay otras reformas que apuntan a construir partidos políticos con identidades más predecibles. Hoy las etiquetas incluyen versiones variopintas que hacen más compleja la negociación entre bancadas. En esa línea, están propuestas como la eliminación del voto preferencial, que quiebra partidos porque cada postulante elegido se siente independiente con iniciativas particulares más que sentirse parte de una bancada con intereses comunes.
Ojalá estas reflexiones sirvan para que, con calma, discutamos las reformas que realmente quisiéramos poner en marcha de una vez antes de volver a las urnas. Como decía Bonaparte, vístanme despacio que llevo prisa. Creo que frente a los llamados a apurar el proceso debemos tomarnos una pausa para modificar bien aquello que queremos mejore. Han pasado sólo cuatro años de que se modificaron algunas reglas y ya queremos desarmar dichos cambios. A veces resulta mejor avanzar lento pero seguro.