
La guerra comercial entre Estados Unidos y China ha entrado en una nueva fase. En un giro más de sus marchas y contramarchas, Donald Trump anunció una suspensión de 90 días a la aplicación de aranceles recíprocos para la mayoría de países, pero al mismo tiempo endureció su posición frente a China, elevando los gravámenes a sus productos hasta en 125%. Este doble movimiento reafirma lo que ya parece evidente: Trump habría decidido enfocar la disputa directamente contra China. Sin embargo, ello tendrá numerosas consecuencias.
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El mandatario justificó su cambio argumentando que había nerviosismo e inquietud, en referencia al comportamiento de los mercados financieros. En efecto, el derrumbe de los bonos del Tesoro y la caída bursátil previa al anuncio reflejaban una creciente desconfianza. Fue esta presión la que lo llevó a moderar su caprichosa decisiób mientras mantiene su ofensiva contra Pekín. Aun así, la tensión continuará: durante esta tregua, el Gobierno de EE.UU. iniciará negociaciones específicas con diversos países, lo que de todas maneras prolongará la incertidumbre.
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Para el Perú, cuyo arancel seguirá siendo 10%, la noticia no es del todo positiva, pues las empresas peruanas seguirán siendo afectadas por la tasa. Incluso manteniendo una actitud serena –sin represalias que habrían sido suicidas– y mostrando buena voluntad, el país sigue en una posición desigual. “Nosotros demostramos que había una convergencia casi perfecta comercial y económica porque tenemos el 98% del universo arancelario liberado. También expresamos que no es recíproco porque, en el Perú, el promedio de aranceles para bienes de capital es de 2.3%”, comentó el canciller Elmer Schialer respecto de su reunión con el subsecretario de Estado de EE.UU., Christopher Landau.
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Esta pausa no es sinónimo de calma. La escalada entre las dos mayores economías del planeta impactará a todo el sistema global. La OMC ha advertido que una guerra comercial prolongada podría reducir hasta en 80% el comercio de bienes entre EE.UU. y China, y que una fragmentación en dos bloques enfrentados llevaría a una caída del PBI real mundial de cerca del 7% en el largo plazo. En ese escenario, países como el Perú –altamente abiertos al comercio y dependientes de ambos gigantes– inevitablemente sufrirán consecuencias.
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También preocupan los avances y retrocesos y su impacto en las decisiones de inversión. Lo que parecía una política firme, “no negociable”, ahora es una táctica flexible que responde a señales del mercado. ¿Serán estas las nuevas reglas del juego: amenazas, caos, corrección y renegociación? El Perú, si bien no ha sido proactivo internamente, se ha mostrado mesurado. Pero debe prepararse: es probable que la inestabilidad sea la nueva normalidad del comercio global. Ante ello, el Gobierno tiene mucho por hacer.