Ayer martes, la cotización del petróleo aumentó más de 5%, a alrededor de US$ 75 por barril. El motivo fue el recrudecimiento de las tensiones en Medio Oriente, luego de que las Fuerzas Armadas de Israel incursionaron en el sur de Líbano, e Irán lanzó cerca de 200 misiles contra poblaciones israelíes (la mayoría fue interceptada por su sistema de defensa antimisil). Días antes, Israel había bombardeado zonas de Beirut, la capital libanesa, que albergaban a miembros de la cúpula de Hezbolá y mató a su líder.
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Hezbolá es respaldado por Irán, que también apoya a los rebeldes hutíes de Yemen, quienes han estado causando serios problemas al transporte marítimo en el canal de Suez con sus ataques a buques de carga. Tanto Irán como estos grupos, además de Hamás, son enemigos mortales de Israel. Los atentados de Hamás contra ciudadanos de este país, el pasado 7 de octubre del año pasado, desencadenaron esta nueva ola de enfrentamientos que no ha hecho más que escalar con el paso de los meses.
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Las consecuencias son inquietantes –sobre todo las muertes de miles de civiles– y seguirán intensificándose si no se llega a algún tipo de acuerdo. La más inmediata sería un encarecimiento permanente del petróleo, en particular, considerando que muchos de los países de Medio Oriente involucrados, directa o indirectamente, son productores de dicha materia prima. Por ejemplo, Irán extrae el equivalente al 3% del total mundial, además de ser miembro fundador de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), bloque que representa más del 35% de la producción global.
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La Cancillería peruana emitió un comunicado que exhorta un cese al fuego inmediato, entre otros llamados a la moderación. Si bien el conflicto parece lejano, la economía peruana sería sumamente afectada si los ataques continúan. Es que nuestro país es importador neto de petróleo. El 2022 (data anual más reciente del Ministerio de Energía y Minas), el Perú importó crudo por US$ 2,494 millones, mientras que apenas exportó por US$ 522 millones. También compró del exterior más gasolinas de lo que refinó localmente, así como de otros derivados.
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Por tanto, un alza de los precios internacionales impactará directamente en la inflación. El encarecimiento del transporte se trasladará a los costos de muchos bienes y servicios, además que el riesgo de que su demanda se reduzca tendría efectos negativos en su producción. En suma, podría perjudicarse gran parte de lo avanzado en el control de la inflación, y la reactivación económica tardaría más de lo que ya está tardando.
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