
Junio termina con dos noticias, una muy buena y otra muy mala, acerca del valor del Perú como destino turístico internacional. El 19 de este mes, el restaurante Maido, de Mitsuharu “Micha” Tsumura, fue nombrado el Mejor Restaurante del Mundo 2025, convirtiéndose en el segundo ubicado en el Perú en obtener el galardón. El primero, hace dos años, fue Central, de Virgilio Martínez, esposo de Pía León, propietaria de Kjolle, que este año ocupa el puesto 9 en la lista de los 50 mejores del planeta. Confirmando el extraordinario momento que atraviesa la alta cocina nacional, hay otros dos en esa envidiable lista: Mérito, de Juan Luis Martínez (puesto 26) y Mayta, de Jaime Pesaque (puesto 39).
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El mayor valor de la gastronomía peruana es su fusión con técnicas e insumos de muchos orígenes, tanto dentro del país como las heredadas de inmigrantes extranjeros. Por ejemplo, Kjolle y Mayta usan insumos del interior del país, mientras que Maido ofrece cocina nikkei. Y Mérito ha fusionado la cocina venezolana con la peruana. Los cuatro restaurantes están ubicados en Lima, que hoy es un centro gastronómico de primer nivel, gracias al esfuerzo conjunto de emprendedores, liderados por Gastón Acurio y un puñado de jóvenes chefs que sabían del potencial de la cocina peruana, y el apoyo y compromiso del sector público, encabezado por Promperú, cuyos funcionarios y especialistas compartían esa visión –estamos hablando de hace un par de décadas–. El resultado fue que un nuevo producto turístico se sumó a Machu Picchu.
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La mala noticia concierne precisamente a la ciudadela inca. El portal Travel and Tour World (TTW) acaba de calificarla como “destino famoso que ya no vale la pena” visitar. El problema no es Machu Picchu en sí, sino que la experiencia del turista se ha deteriorado enormemente debido al deficiente manejo del acceso, así como la saturación, pese a que existen reglas que limitan el número de visitantes. En otras palabras, el sitio ha caído víctima del “overtourism”, un problema que aqueja a muchos destinos en todo el mundo.
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El mes pasado, la Contraloría alertó que el ingreso de visitantes supera constantemente el aforo permitido. Esa saturación se observa tanto en Machu Picchu como en las rutas del Camino Inca que conducen a la ciudadela, lo que pone en riesgo las estructuras arqueológicas, las calzadas y el ecosistema. Otro factor perjudicial es el desorden en la venta de boletos, que ninguna autoridad ha podido corregir. En lugar de criticar a TTW, los titulares de Cultura y del Mincetur tendrían que buscar soluciones.