Desde hace unas semanas, las empresas y el público bolivianos están deshaciéndose de la moneda local y cambiándola por otras más estables (como el peso chileno y el sol). (Foto: Shutterstock)
Desde hace unas semanas, las empresas y el público bolivianos están deshaciéndose de la moneda local y cambiándola por otras más estables (como el peso chileno y el sol). (Foto: Shutterstock)

Modelos. En abril del año pasado, se convirtió en importadora neta de combustibles, es decir, compraba del exterior más (en y ) de lo que vendía ().

Según la consultora Gas Energy Latin America, citada por BBC News, a noviembre, el déficit comercial energético boliviano sumaba US$ 1,100 millones, monto que contrasta con superávits entre US$ 2,000 millones y US$ 4,000 millones de hace diez años.

Las autoridades atribuyeron el encarecimiento de la gasolina y el diésel a la crisis energética ocasionada por la , en otras palabras, a la absurda decisión tomada por , el dictador ruso, de invadir un país independiente (y democrático).

Pero lo que esa conflagración ocasionó en Bolivia va más allá: puso en evidencia las debilidades y riesgos de un modelo económico basado en el control estatal de recursos naturales, del gas sobre todo, que al inicio generaron ingresos para ejecutar gasto social –en transferencias directas e infraestructura básica– sin que se tuviera en cuenta principios básicos de la administración pública como el equilibrio fiscal. También se implantó el tipo de cambio fijo.

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Ese modelo fue instaurado por el régimen de (2006-2019), quien al asumir su primer periodo declaró el fin de la “era colonial y neoliberal”.

Todo iba bien mientras duró el boom de las , impulsado por la demanda de , pero cuando se terminó y los precios comenzaron a descender, a fines de la década pasada, Bolivia no hizo los ajustes necesarios para adaptarse a la nueva realidad.

Siguió gastando más de lo que ingresaba a sus arcas fiscales, cubriendo esos déficits con sus reservas internacionales. Y desde que comenzó a importar más del que exportaba, la consecuencia lógica fue el menor ingreso de divisas (dólares) y la disminución paulatina de sus reservas –su banco central no publica la data respectiva desde febrero, cuando más del 70% ya no era dinero sino oro en lingotes–.

Desde hace unas semanas, las empresas y el público bolivianos están deshaciéndose de la moneda local y cambiándola por otras más estables (como el peso chileno y el sol), señal de que han perdido la confianza en su modelo económico, que es diametralmente opuesto al peruano, que prioriza la estabilidad fiscal y monetaria, así como la libre iniciativa privada –regulada cuando es necesario–.

Las lecciones del fiasco boliviano van desde lo obvio (no gastar más de lo que se tiene) hasta lo más estructural (el Estado es mal empresario). Es oportuno aprenderlas de memoria.

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