En marzo del 2020, durante la pandemia del Covid-19, el Congreso de entonces aprobó por primera vez una norma que permitió instalar una plataforma tecnológica para realizar sesiones virtuales en casos excepcionales. En su momento, la medida causó polémica, pues justamente el sentido de un Parlamento es que sea un espacio de encuentro y discusión. No solo durante las sesiones del Pleno, sino también –y crucialmente– en los pasillos y otros espacios de reunión que existen allí, que son los espacios donde se suelen negociar acuerdos.
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Pese a las preocupaciones, la emergencia que se vivía en aquel momento no dejaba muchas más alternativas para que el Congreso pueda seguir funcionando con normalidad. Por ello, no quedó otra que aceptar la medida como algo excepcional. No por gusto la modificación que aprobó entonces al Reglamento del Congreso indica expresamente que solo en “circunstancias de gravedad que impidan el desarrollo de sesiones presenciales, el presidente del Congreso, con acuerdo de la Junta de Portavoces (...) puede disponer el desarrollo de sesiones virtuales del Pleno y de los demás órganos de la organización parlamentaria”.
Más de cuatro años y medio después, no obstante, y ya sin pandemia que lo justifique, las sesiones virtuales o “semipresenciales” siguen siendo una práctica común en nuestro Poder Legislativo. ¿Pero cuáles son hoy las circunstancias de gravedad que impiden el desarrollo de sesiones presenciales? Es la pregunta que cae de madura.
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Este Congreso, de hecho, ha anunciado en más de una ocasión que pronto volverían a las sesiones presenciales. La última vez fue el 2 abril del 2024, cuando, a través de un acuerdo de Junta de Portavoces, se aprobó la propuesta del congresista José Cueto para que, a partir de esa semana, todas las sesiones del Pleno vuelvan a ser presenciales. Apenas siete días después, sin embargo, los congresistas retrocedieron y admitieron que si bien las sesiones de los jueves pasarían a ser presenciales, las de los miércoles podrían continuar siendo semipresenciales.
Durante todo este tiempo en que el Congreso ha trabajado virtualmente, hemos sido testigos de numerosos episodios bochornosos que deberían dejar claro por qué esta medida debería ser algo excepcional. Plenos vacíos cuando tocaba tratar temas importantes, audios personales que se filtraron, congresistas sorprendidos en lugares desde los que evidentemente no estaban trabajando, entre otras vergüenzas similares.
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La crisis y las emergencias que hoy enfrenta nuestro país exigen que nuestros representantes se tomen su trabajo en serio y que lo hagan a dedicación exclusiva. Que se siga pretendiendo legislar virtualmente solo es una muestra más de la distancia que hoy los separa los reclamos y necesidades de la gente común.
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