Como mencionamos la semana pasada cuando comentamos sobre los últimos cambios hechos en el gabinete ministerial, uno de los que más llamó la atención fue sin duda el ocurrido en el Ministerio de Relaciones Exteriores. Sobre todo porque se entendía que el excanciller Javier González Olaechea era cercano a la presidenta y, además, se había ganado la simpatía de un sector de los aliados del Gobierno tras su sólida postura frente al último fraude electoral en Venezuela.
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Pasados algunos días, sin embargo, los motivos detrás del cambio van quedando más claros. Y lamentablemente, lejos de calmar las preocupaciones que ya existían sobre la debilidad de este Gobierno, lo que se ha visto en estos días con su súbito cambio de postura respecto de Venezuela solo ha hecho que se prendan más alarmas.
Apenas a minutos de asumir su cargo, Elmer Schialer, el nuevo canciller, afirmó estar “a favor de que los problemas de Venezuela sean resueltos por los venezolanos”. Estas palabras, qué duda cabe, contrastaron notablemente con el tono que había mantenido hasta entonces no solo González Olaechea cuando estuvo al mando de Torre Tagle, sino el Estado Peruano en general como política de Estado, desde la formación del Grupo de Lima en el 2017.
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Como para no dejar dudas de que esto se trató de un giro meditado del Ejecutivo y no de un desliz del nuevo canciller, el propio presidente del Consejo de Ministros, Gustavo Adrianzén, le quitó el piso a las declaraciones que en su momento había dado González Olaechea, en el sentido de que el Perú reconocía a Edmundo Gonzáles como el presidente electo de Venezuela. “No tenemos ningún ninguna comunicación oficial del Estado peruano reconociendo esa condición para el señor González Urrutia” aseguró Adrianzén, varias semanas después de la posición inicial comunicada por González Olaechea, como si se tratase de cualquier tema mundano.
Otra crítica que se le había hecho al nuevo canciller fue su negativa a calificar directamente como “dictadura” al régimen de Maduro, por supuestamente no ser “una calificación diplomática ni formal”. Sin embargo, aunque su posición igualmente fue menos firme que la de su antecesor, al menos sobre este punto Schialer sí aclaró que Perú “jamás va a aceptar prácticas dictatoriales” y los resultados electorales presentados por Maduro en Venezuela son fraudulentas, por lo que no podrían ser reconocidas.
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Dicho esto, las políticas de Estado a nivel internacional deberían tomarse con más seriedad. Es muy difícil que, hacia afuera, el notorio cambio de tono del Gobierno sobre lo ocurrido en Venezuela no sea visto como un súbito cambio de postura. Uno no solo lamentable por lo que significa moralmente, sino porque se debilita nuestra postura institucional ante el mundo. ¿Cómo se espera así que nos tomen en serio?
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