“El Perú recobra su estabilidad y la tranquilidad, el Perú hoy se recupera económicamente, el Perú vuelve a tener la confianza de los inversionistas”. Esas palabras de corte épico fueron pronunciadas por la presidenta Dina Boluarte en mayo, cuando el PBI iniciaba un descenso que en agosto sumó su cuarto mes consecutivo (cayó 0.63%, según el INEI). En vista que la economía no se ha recuperado y que los inversionistas todavía no confían, la mandataria ha modificado su discurso.
“El tema climático que hemos tenido y la convulsión social de los primeros meses de este año han hecho que ese crecimiento económico se estanque momentáneamente”, sostuvo la semana pasada en Alemania. Pero el “tema climático” prosigue –el PBI agropecuario cayó en agosto por el impacto de El Niño costero– y es probable que empeore con El Niño global, previsto para fines de año. Y a pesar de las inusualmente altas temperaturas que hubo en invierno, la economía se mantuvo congelada.
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Quizás Boluarte pensaba en el largo plazo cuando se refirió al “estancamiento momentáneo”, pero si por algo se ha caracterizado su Gobierno es por no pensar en el futuro. Durante sus primeros meses, los ministros perdían el tiempo haciendo diagnósticos de los malos manejos de sus antecesores, pero sin ofrecer soluciones, ni siquiera de corto plazo. Además, la economía comenzó a estancarse desde que se extinguió el envión ocasionado por la reactivación tras la pandemia, a mediados del año pasado –la impericia de Pedro Castillo y compañía apagó ese motor–. En otras palabras, no se trata de un evento momentáneo sino de una tendencia que está durando demasiado.
El congelamiento de la economía ha estado teniendo efectos muy graves sobre el empleo –por las caídas de sectores intensivos en trabajo–. El Perú es un país sui generis; su desempleo es similar al promedio de la OCDE, pero eso se debe a que nuestro mayor problema laboral no es la falta de empleo sino la prevalencia de la informalidad y el subempleo. Sin embargo, la economía ha estado tan mal que hasta el desempleo ha aumentado: el segundo trimestre fue 5.3% de la PEA a nivel nacional, según el INEI, superior en 1.1 puntos porcentuales respecto al mismo periodo del 2022.
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Para terminar, la contracción de 9.03% de la construcción entre enero y agosto, evidencia que la confianza del sector privado seguía por los suelos. Y a pesar de los grandes anuncios “con punche”, la inversión pública tampoco va bien. Quizás las rebajas que hizo el BCR a su tasa de interés tengan un efecto más convincente que los discursos de Boluarte.