Ayer por la tarde nos enteramos de las renuncias de la ministra de relaciones exteriores, la embajadora Ana Cecilia Gervasi, así como del embajador del Perú en Estados Unidos, Gustavo Meza-Cuadra, como consecuencia de lo ocurrido el último viernes.
Como se recuerda, hasta ese mismo día por la mañana, el Gobierno había afirmado que la presidenta Boluarte, quien se encontraba en el país norteamericano para participar en la cumbre de líderes de la Alianza de las Américas para la Prosperidad Económica (APEP), tendría una reunión bilateral con el presidente Joe Biden. Ello a pesar de que, si bien la cita llegó a figurar en la agenda oficial de Boluarte, nunca ocurrió lo mismo en la agenda oficial Biden.
Por la tarde, sin embargo, se confirmó finalmente que la cita no se concretaría y, en vez de ello, ambos mandatarios sostuvieron un breve encuentro no protocolar. Según la propia Cancillería, ello pues “los tiempos quedaron cortos”. Pese a ello, Torre Tagle también aseguró que Boluarte y Biden lograron conversar sobre asuntos relevantes para ambos países, “como la migración y la lucha contra el narcotráfico, entre otros”.
Ciertamente el no haber logrado una cita oficial, como sí la tuvieron varios otros mandatarios, ha sido un fracaso diplomático. Más aún en un contexto en el que Estados Unidos tiene razones para acercarse diplomáticamente al Perú (ante el avance de la presencia de empresas chinas) y considerando que el Gobierno había solicitado el permiso de salida de la presidenta al Congreso afirmando que la cita bilateral se llevaría a cabo (aunque tampoco era el propósito principal del viaje). Todo esto hace entendible en el papel la renuncia del embajador y la canciller, pero quedan varios cabos sueltos.
¿Realmente en algún momento estuvo confirmada la reunión? En caso haya sido así, ¿por qué se canceló? Y de no ser así, ¿quién o quiénes afirmaron que sí estaba confirmada la reunión? ¿Se trató de un error de la embajada peruana en Estados Unidos? ¿De Torre Tagle? ¿O del premier? Por otro lado, según el propio Gobierno, la reunión les habría sido confirmada recién el 30 de octubre. Pero, si ello fue así, ¿qué necesidad había de afirmarle días antes al Congreso que la reunión ya estaba confirmada? Más aun considerando que la sola cumbre APEP ya hacía justificable el viaje.
Un Gobierno que ya era muy débil acaba de dispararse a los pies con este bochornoso episodio. El daño, sin embargo, podría agravarse más en el mediano plazo si la lección que saca el Congreso de esto es que debe restringir nuevamente los viajes presidenciales –más aun con eventos como el APEC estando tan próximos–, como ya han sugerido algunos legisladores. Esperemos que no sea el caso.