La investigación fiscal por el denominado ‘caso Rolex’, sobre los lujosos obsequios que el gobernador de Ayacucho, Wilfredo Oscorima, le habría hecho a la presidenta Dina Boluarte, es un ejemplo más que nos muestra la profundidad del problema de la corrupción en el Perú. Y es que no se trata solo de que nuestros políticos y también buena parte de la ciudadanía toleren prácticas corruptas, sino que pasa también que muchas personas ni siquiera son capaces de identificar que ciertas prácticas que ven como normales son corrupción.
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Nos referimos, en concreto, a actos como el otorgar obsequios valiosos a personas con poder público (así no se exija formalmente algo a cambio), o que un funcionario público (de cualquier nivel) utilice su cargo para contratar a personas cercanas a él o a su organización política, en lugar de contratar transparentemente a los mejores candidatos. Más allá de los casos de Oscorima y de las malas prácticas de contratación de este Gobierno y del previo; lo cierto es que este tipo de situaciones ocurren con tanta frecuencia en nuestro país que es evidente que se trata de un problema endémico. Impregnado en nuestra fibra social.
Cuando la prensa cuestiona por este tipo de actos a políticos y funcionarios, las respuestas que suelen oírse (no solo de la autoridad en cuestión, sino de su entorno y muchas veces también de parte de la ciudadanía) suelen girar alrededor de excusas del tipo: “pero no he hecho nada ilegal”, o “todos hacen lo mismo”. Algunos, más avezados, incluso plantean directamente que otorgar obsequios a quien ha ganado algo es una práctica que debería aceptarse como normal, o ven como un deber del partido que llega al poder usar el dinero público para contratar a sus afiliados.
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Lo cierto es que estas prácticas son más bien dañinas para la cultura de cualquier sociedad que aspire a progresar, pues se afecta la confianza.
Si queremos algún día superar el problema de la corrupción, necesitamos comprender que esta tarea no solo pasa por aprobar nuevas leyes que impongan sanciones de arriba hacia abajo a quienes sean corruptos. Urge también cuestionar desde la propia sociedad, de abajo hacia arriba, la corrupción que hemos aceptado en nuestra cultura.
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