
Impasse innecesario. Ayer destacamos en esta misma columna varios problemas que llamaron la atención del tercer y último mensaje por Fiestas Patrias de la presidenta Dina Boluarte. Entre ellos, el querer atribuirse resultados económicos que no le corresponden (por ser competencia del Banco Central de Reserva), o que son el resultado de un trabajo que empezó mucho antes de su Gobierno (como el puerto de Chancay o el nuevo terminal del aeropuerto Jorge Chávez), o su aparente desconocimiento sobre la meta para el déficit fiscal de este año. Pero estos no han sido los únicos cuestionamientos que ha levantado el último mensaje por 28 de julio.
En un extraño ejercicio de grandilocuencia, sobre todo para una mandataria con un promedio de desaprobación ciudadana tan groseramente alto (según todas las encuestadoras reconocidas), Boluarte afirmó que, de no ser por ella, el Perú se hubiese convertido en un “país fallido”. Concretamente, dijo que, gracias a su decisión de abandonar “un proyecto político que conducía a una polarización insana”, hubiésemos pasado a ser “un país sin inversiones, sin obras ejecutadas, con mayor pobreza, camino a convertirnos en un país fallido, como Cuba, Venezuela, Bolivia y otros tantos más”.
Si bien Gestión coincide con que fue positivo que la administración de Boluarte se desvíe del rumbo autoritario que había emprendido Pedro Castillo, ¿Cuál era la necesidad de hacer una comparación puntual con otros países si se sabe que ello puede generar tensiones diplomáticas innecesarias? ¿No es consciente la presidenta de que cuando habla como jefa de Estado lo hace en representación de todo el país y no como persona natural? ¿No comprende que sus palabras pueden traer consecuencias como ya ocurrió con México y la visa que ahora se nos ha vuelto a pedir para ingresar a ese país? ¿Ni tiene tampoco asesores que se lo expliquen?
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Más aún, si bien existen criterios objetivos con los que es posible calificar con dureza los resultados de los gobiernos cubano y venezolano, sobre todo en temas como la falta de acceso a varios recursos básicos o la inmigración masiva que estos han generado, no es serio colocar a Bolivia en este mismo grupo. Pese a la crisis política y económica que ciertamente atraviesa ese país, la distancia con lo que ocurre en Venezuela y Cuba debería ser evidente para todos.
Como era de esperarse, el Gobierno boliviano ya ha salido a rechazar enérgicamente lo declarado por Boluarte. Su presidente, Luis Arce, calificó la afirmación como “inadmisible”, al tiempo que convocó al encargado de Negocios del Perú para manifestarle directamente su rechazo.
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En respuesta, el canciller Elmer Schialer ha manifestado que las declaraciones de Boluarte fueron “sacadas de contexto” y ha aclarado que no hay un quiebre diplomático. Pero aún si fuese así, ¿Cuál era la necesidad de abrir este nuevo frente de conflicto diplomático?