
Escribe: Enzo Defilippi, profesor de la Universidad del Pacífico
En la medianoche de ayer entraron en vigor los aranceles de 25% con los que Donald Trump amenazó a México y Canadá apenas asumió la presidencia. De no cambiar de opinión pronto (con él nunca se sabe), esto podría marcar el final de la era en la que los Estados Unidos fue el principal promotor del libre comercio en el mundo.
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Los beneficios del libre comercio no son una invención de los autores de libros de texto. México, por ejemplo, gracias al gracias al tratado de libre comercio suscrito con Estados Unidos y Canadá, pasó de explotar mano de obra barata prestando servicios de maquila y ensamblaje, a competir directamente con China en la manufactura de productos de alto valor agregado. En la actualidad, es uno de los mayores exportadores mundiales de productos electrónicos y equipamiento médico, de acuerdo con el Wall Street Journal. Y si comparamos esta historia con la de Argentina o Brasil, las otras dos grandes economías latinoamericanas, históricamente proteccionistas, la diferencia es notoria. Estos últimos siguen exportando, sobre todo, commodities y otros productos de escaso valor agregado.
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El interés de los Estados Unidos por promover el libre comercio no solo se ha debido a razones económicas. En la realidad política de la Guerra Fría, la posibilidad de atraer inversiones y exportar al enorme mercado estadounidense se convirtió en una de las herramientas más eficaces para combatir el avance del comunismo.
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Hoy es el gobierno chino el que busca obtener influencia a través del libre comercio y las grandes inversiones (para muestra, lean la columna del embajador de China en el Perú publicada en este diario el 26 de febrero). Estados Unidos, en cambio, ha simplemente renunciado a su liderazgo. Hace tiempo dejó de ser la voz cantante en los foros mundiales, pero ahora hasta amenaza retirarse de ellos. De hecho, acaba de (volver a) retirarse de la Organización Mundial de la Salud, y Elon Musk, el principal asesor del presidente Trump, propone que también se retire de las Naciones Unidas y de la OTAN, nada menos.
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En mi opinión, son dos las razones que explican esta situación. Por un lado, la miopía de la administración Trump, que demuestra, una vez más, no entender los beneficios del “soft power”. Tanto el presidente como su entorno revelan creer que el poder militar basta para mantener la primacía mundial. Por otro, porque recuperar el liderazgo mundial requeriría que el gobierno estadounidense adopte una actitud hacia la comunidad internacional exactamente contraria a la beligerante con la que Trump ganó las elecciones y a la cual le debe su popularidad.
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Estados Unidos ganó la Guerra Fría porque usó sabiamente su poder económico mientras la Unión Soviética acumulaba poder militar. Hoy es China quien está usando la antigua receta estadounidense mientras Estados Unidos se limita a acumular poder militar. Es obvio quién está ganando la partida.

Profesor de la Universidad del Pacífico. Exviceministro de Economía.
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