En un evento al que asistieron diplomáticos, políticos, economistas, empresarios y algunas personalidades, el tema de conversación en los diferentes grupos por los que circulamos, obviamente, fue el de la situación política y económica del país.
Los comentarios eran variados, pero tenían en común una mala opinión del Gobierno, de la presidenta y de los congresistas. Se comentaba sobre la manera como el Ejecutivo había retrocedido en la venta de boletos a Machu Picchu, lo mal que se manejaba el asunto de Petroperú, el pésimo rol que cumplía el Ministerio de Energía y Minas en el tema minero y en el petrolero, entre otros temas.
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La inseguridad ciudadana, el control de la inflación, las tasas de interés, el MEF y otros temas también fueron abordados.
Algunos eran partidarios de cambios en el gabinete, mientras otros solo ponían la puntería en el ministro de Energía y Minas y en el del Interior.
Las predicciones sobre el futuro eran más uniformes: no nos salvamos de que el siguiente Gobierno sea radical, de izquierda o de derecha, antaurista o bukelista. Y se señalaba que ni el Ejecutivo ni el Legislativo tenían los incentivos para tratar de cambiar la situación, ni para hacer las reformas que permitiesen mejorar el presente o sentar las bases para un mejor futuro.
Y si bien no se hablaba de elecciones adelantadas, no faltaba la pregunta de: “¿tú crees que Dina Boluarte llegue al 2026?”.
Pero lo que nos llamó la atención fue que varios interlocutores mencionaban que, a pesar de todo lo que se señalaba con respecto al presente y al futuro, deberíamos estar tranquilos porque había “estabilidad”, y porque las posibilidades de que algún “loco” llegue al poder eran muy altas.
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Muchos hablan y escriben sobre la famosa “estabilidad”, y le toleran todo al Gobierno y al Congreso –inclusive que no hagan nada con respecto a varios temas urgentes y realmente relevantes para el país– o justifican la “estabilidad laboral absoluta” de los miembros del Gabinete, con el argumento de que no es momento de generar “inestabilidad”.
Pero, ¿de qué estabilidad estamos hablando?, ¿de que el Ejecutivo llegue al 2026 aunque sea hecho “flecos”?, ¿de que el Gobierno ceda en todo y no pueda establecer y desarrollar sus políticas y acciones –cuando las tiene– porque se asusta con la reacción de ciertos sectores de la población?, ¿de que el Gobierno anuncie el rechazo de ciertas medidas, y mantiene en el Gabinete a los ministros que las impulsan y las defienden públicamente?, ¿de que el Gobierno tenga un comportamiento errático y poco consecuente cuando de observar las leyes se trata?, ¿de que el Gobierno decrete y defienda los estados de emergencia para luchar contra la delincuencia, luego señale en una resolución escrita que no han servido para nada, y una semana después anuncie que la va a decretar en una región como La Libertad?
¿De qué estabilidad estamos hablando?, ¿de la estabilidad política que nos lleva a preguntar “si Dina llegará al 2026″?, ¿de la estabilidad institucional que nos muestra a una presidenta sin autoridad ni liderazgo y blanco permanente de insultos y de ataques; a un Congreso repudiado con 5% de aprobación; o a una Fiscalía en crisis y en una guerra despiadada entre bandos?, ¿de la estabilidad jurídica que no puede ofrecer seguridad a los ciudadanos ni a la defensa de sus derechos, ni a las empresas o inversiones?
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Una simple mirada al significado de estabilidad nos remite a que se mantiene sin peligro de cambiar, caer o desaparecer; seguro, firme; sin perturbaciones o cambios significativos; duradero, permanente, definitivo, fijo, inalterable, invariable.
La sensación que dejan algunos comentarios es que, en lugar de exigir eficiencia y eficacia, sentido de la urgencia y responsabilidad política, gobierno y autoridad; no debemos criticar, ni debemos “hacer olas”, y que, por el contrario, debemos defender la mediocridad o el “sin rumbo” actual por miedo al fantasma del “loco por venir” o de otro Pedro Castillo.
Son, precisamente, la inacción o las acciones equivocadas, así como el análisis poco serio y la tolerancia a la mediocridad, lo que va a provocar la llegada de algún “loco” radical o de algún “Bukele peruano”. ¿Acaso las encuestas de empresas prestigiosas no le dan ahora a Pedro Castillo mejores cifras de aprobación que a Dina Boluarte?
El descontento de la población en las regiones y la desaprobación del Gobierno van en aumento. Eso es indiscutible. Y aunque cueste creerlo, la percepción de esa población, sobre todo en el sur y en el centro, es que este Ejecutivo gobierna con los grupos de derecha, y esto “gracias” al discurso de todos los grupos de izquierda –“campeones” en crear y hacer creer “narrativas”–, que no es respondido adecuadamente –o que es “ratificado” por las acciones– por la derecha o el centro.
Todo esto nos lleva a pensar que aquellos que ahora se sienten tan tranquilos con la “estabilidad” que defienden, deberían, más bien, estar muy preocupados porque esa “estabilidad” puede darles la razón de traernos el 2026 al “loco”, sea antaurista o bukelista.
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