
Escribe: Carlo León, gerente de Renta Fija de Prima AFP
La reciente emisión del Gobierno peruano de S/10 mil millones en bonos soberanos fue recibida con mucho entusiasmo por los mercados. La operación, realizada el 5 de junio del 2025, marcó el regreso del país a las plazas internacionales tras casi un año de ausencia. La demanda sólida y las condiciones favorables reflejan una narrativa de estabilidad macroeconómica que sigue siendo creíble para los inversionistas globales. Fue, sin duda, una validación del soberano peruano como emisor sólido y confiable.
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Sin embargo, este éxito contrasta con el silencio persistente del mercado de deuda corporativa. Un segmento que, en teoría, debería complementar al soberano como canal de financiamiento para el crecimiento económico, pero que en la práctica permanece estancado. No por falta de emisores solventes. No por falta de necesidad. Sino porque los inversionistas institucionales –AFP, aseguradoras, fondos mutuos– han reducido su exposición, priorizando liquidez, diversificación internacional y/o flexibilidad en un entorno de mayor incertidumbre.
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Si bien en el 2025 se ha visto una leve recuperación en el número de emisiones respecto al año anterior, el repunte sigue siendo tímido. Hasta ahora, solo un puñado de emisores —BCP, Alicorp, Buenaventura, COFIDE, Hunt Oil y Kallpa— han logrado colocar bonos internacionales con montos significativos. No obstante, muchas de estas operaciones han requerido concesiones, como tasas más altas y vencimientos más cortos, reflejando más un esfuerzo por adaptarse a las condiciones del mercado que una verdadera reactivación. En contraste, en el 2017, el mercado alcanzó emisiones por más de US$ 9 mil millones. Hoy, lejos de aquel dinamismo, lo que se observa es un conjunto de transacciones puntuales que evidencian resiliencia, pero no un crecimiento sostenido.
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Las causas son estructurales. Los retiros del sistema previsional han alterado la composición de los portafolios institucionales, reduciendo el apetito por activos ilíquidos. El mercado secundario es débil, lo que limita la capacidad de salida. Y persiste una desconexión entre las expectativas de los emisores —aún ancladas en las tasas bajas del 2020— y las exigencias actuales del mercado, que demanda una prima por riesgo y liquidez que pocos están dispuestos a pagar.
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Este fenómeno no es menor. La ausencia de un mercado de deuda corporativa funcional limita la capacidad del sistema financiero para asignar capital de manera eficiente. Reduce las opciones de financiamiento para las empresas. Y, en última instancia, frena el potencial de crecimiento de la economía. En un país como el Perú, con necesidades urgentes de inversión en infraestructura, innovación y sostenibilidad, esta es una vulnerabilidad que no puede ser ignorada.
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El éxito del bono soberano 2035 debería ser una señal, no una excepción. Si el Estado puede acceder a los mercados con fluidez, ¿por qué no puede hacerlo el sector privado? La respuesta está en la arquitectura del mercado: falta profundidad, falta liquidez, falta confianza. Y mientras no se aborden estos desafíos con reformas regulatorias, incentivos adecuados y reglas del juego claras para los inversionistas institucionales, el mercado de deuda corporativa seguirá siendo una promesa incumplida.
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En un mundo donde el capital es cada vez más selectivo, los mercados que no evolucionan corren el riesgo de quedar irrelevantes. Y con ello, de limitar su propio desarrollo económico.