
Escribe: Patricio Valderrama-Murillo, experto en fenómenos naturales.
Hace solo un mes escribí un artículo sobre la sequía en el norte del país, destacando cómo la falta de lluvias ponía en riesgo la producción agrícola y la economía regional. Como conocedor en cambio climático y fenómenos naturales, sigo con atención los patrones meteorológicos, y en aquel momento la ciencia no indicaba un evento extremo como el que ahora enfrentamos. Sin embargo, la naturaleza nos ha sorprendido. En su boletín extraordinario más reciente, el ENFEN ha elevado la vigilancia del Fenómeno de El Niño Costero, confirmando que las condiciones oceánicas y atmosféricas han cambiado drásticamente en las últimas semanas.
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Si bien en el norte del país las lluvias han sido intensas, el impacto más crítico se está sintiendo en la zona andina del centro y sur del Perú, donde la geografía y la saturación de suelos están generando deslizamientos masivos y colapsos de infraestructura. Regiones como Huancavelica, Cusco, Puno, Ayacucho, Apurímac y Arequipa han reportado interrupciones en carreteras, pérdida de cultivos y evacuaciones de comunidades enteras debido al alto riesgo de derrumbes.
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Uno de los eventos más alarmantes ha sido el incremento de deslizamientos en el corredor Cusco-Puno, donde las lluvias han debilitado los suelos y han dejado a varias comunidades aisladas. En Puno, localidades cercanas al lago Titicaca enfrentan la amenaza de inundaciones por el crecimiento inusual de los ríos que desembocan en la zona. Mientras tanto, en Arequipa, la activación de quebradas ha generado huaicos que han impactado seriamente distritos como Aplao y Chivay, afectando no solo viviendas, sino también la infraestructura turística clave para la región.
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El impacto agrícola en estas zonas es igualmente preocupante. Los productores de papa y quinua, que dependen de un equilibrio hídrico para el rendimiento de sus cosechas, están viendo cómo el exceso de humedad está dañando cultivos y promoviendo la aparición de enfermedades. En Ayacucho y Apurímac, los pequeños agricultores han reportado pérdidas significativas, agravando la situación económica de comunidades ya vulnerables.
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La infraestructura vial ha sido duramente golpeada. Los constantes derrumbes en carreteras han afectado rutas estratégicas como la vía Interoceánica Sur y la carretera Cusco-Abancay, aumentando el aislamiento de poblaciones y encareciendo el transporte de bienes esenciales. En la sierra de Lima, zonas como Huarochirí y Canta han registrado crecidas de ríos que han socavado puentes y caminos, exponiendo a miles de familias al peligro inminente.
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Este desastre revela una vez más la falta de planificación y gestión del riesgo. Aunque se ha sabido por meses que existía la probabilidad de que las lluvias serían intensas, las acciones preventivas han sido insuficientes. No se ha fortalecido la infraestructura de drenaje en zonas vulnerables ni se han implementado mecanismos efectivos para la evacuación temprana de comunidades en riesgo.
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Las pérdidas económicas que los Fenómenos de El Niño nos ha dejado son alarmantes. El Fenómeno de El Niño del 2017 dejó daños por más de 3,000 millones de dólares en el Perú, afectando principalmente el norte del país. En el 2023, aunque de menor intensidad, las lluvias extraordinarias también causaron estragos en la infraestructura y la agricultura. Ahora, en el 2025, las proyecciones apuntan a que los costos de esta crisis climática podrían superar los eventos previos si no se toman medidas inmediatas.
El costo de la inacción es alto. De acuerdo con la ONU, cada dólar invertido en infraestructura resiliente puede ahorrar hasta siete dólares en daños y reconstrucción. Sin embargo, el Perú sigue atrapado en un ciclo de reacción tardía ante los desastres. Es urgente que el Gobierno y el sector privado adopten una visión de largo plazo, invirtiendo en infraestructura adaptativa y estrategias de gestión del agua que permitan enfrentar tanto la sequía como las inundaciones sin entrar en crisis constantes.
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Las lluvias seguirán en las próximas semanas y el riesgo de nuevos desbordes es alto. Es imperativo que las autoridades actúen con rapidez para minimizar el impacto en la población y la economía. Al mismo tiempo, este evento debe servir como una llamada de atención: el cambio climático está intensificando los extremos climáticos y el Perú debe prepararse para enfrentar estos desafíos con planificación y resiliencia. La pregunta es, ¿seguiremos reaccionando tarde o por fin aprenderemos la lección?
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