
Escribe: Vladimír Kočerha, economista y politólogo.
Con la asunción de mando de Donald Trump para su segundo período presidencial en los Estados Unidos, el mundo ha venido asistiendo a un cambio de paradigma (Zeitgeist). Un cambio de paradigma es, según Thomas Kuhn en su libro “La estructura de las revoluciones científicas” (1962), un cambio en los supuestos básicos, dentro de una teoría dominante. También es aplicable a la ciencia política.
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Hasta antes que Trump retornara a la Casa Blanca, y desde la caída del Muro de Berlín (1989) y la desintegración de la Unión Soviética (1991), el paradigma de la Globalización se estuvo imponiendo, dejando atrás la etapa de la Guerra Fría y de la confrontación.
La revolución tecnológica (celulares, la digitalización, las redes sociales, satélites, vuelos transoceánicos, etc.), la emergencia de China al escenario mundial y la rápida expansión del comercio internacional estrechó el mundo como nunca. Durante ese período, la Globalización fue un proceso de integración económica, social, cultural, tecnológica y política que acercó a los países y los pueblos. Estados Unidos y la Unión Europea lideraron esta transformación. China se sumó desde su proyección de largo plazo, ingresando a la Organización Mundial de Comercio (OMC) y otras organizaciones transnacionales como el APEC, convirtiéndose en la fábrica global por un par de décadas. América Latina también se benefició de este proceso.
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Sin embargo, siempre hubo voces disonantes; la principal fue la de Rusia.
Los líderes rusos, Vladimír Putin, Dimitri Medvedev y la oligarquía cortesana de Moscú se estuvieron preparando silenciosamente para restablecer su dogma, añorando los tiempos en los que “Mother Russia” (Matushka Rossiya), se percibía a sí misma como un poder imperial, llámese durante la época zarista de Iván el Terrible, Catalina la Grande, o inclusive la época soviética de Stalin, Kruschev, y otros.
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Los rusos jugaron con idas y venidas dentro del proceso de Globalización. Fueron invitados temporalmente a participar en el G-7, -el llamado G7+1- que, fue un Foro Político efímero entre 1997–2014 reforzando el criterio de que la Globalización era positiva para compartir las bondades de un mundo más cooperante. Inclusive, como se recuerda, organizaron el Mundial de Fútbol de 2016. Todos estos fueron episodios que no hacían sino comprar tiempo para que Putin pueda reagruparse y prepararse para lo que vino después, primero en el 2014 con la invasión a la península de Crimea al sur de Ucrania -lo cual le valió la expulsión del Grupo G7+1- y, posteriormente la invasión artera de Ucrania en febrero del 2022.
Ahora Trump ha trastocado la forma de concebir el mundo porque tiene más en común con el pensamiento expansionista e imperialista de Putin (y Xi Jinping), que, con los líderes que creen en sociedades abiertas y democracias liberales.
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Nos adentramos entonces en un nuevo paradigma mundial: el Neoimperialismo.
Lo visto hasta ahora, incluyendo la riña en el Salón Oval del viernes 28 de febrero, es sólo el prolegómeno de lo que está por venir. Lo que diga o haga la Administración Trump, no hará sino envalentonar a otros de pensamiento similar, sea Putin o Xi, e inclusive a émulos regionales, para actuar de la misma manera.
La aplicación de aranceles a sus socios comerciales, las coacciones a Panamá y Groenlandia, los bombardeos en Somalia, Yemen y, probablemente a otras poblaciones a lo ancho del mundo, será noticia frecuente en las semanas por venir.
Continuará…
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