Escribe: Darice Gubbins, Head de Sostenibilidad de Credicorp
En el marco del Mes Internacional de la Mujer, es común ver noticias y publicaciones en redes sociales que hacen referencia a las brechas de género aún vigentes. No obstante, creo que es importante reconocer que, cuando nos referimos a las mujeres de nuestro país, estamos hablando de un grupo muy diverso, con características y necesidades diferentes. Se trata de una población de más de 16 millones de personas distribuidas en más de 1,600 distritos municipales con distintos desafíos y, también, con distintos niveles de urgencia por resolverlos.
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Si nos centramos en el frente de inclusión financiera, por ejemplo, las acciones que podríamos tomar para fomentar la inclusión de mujeres que viven en zonas rurales de Cajamarca probablemente no sean del todo eficientes si se aplican exactamente igual en mujeres de zonas urbanas de Arequipa, y viceversa. Y si a esto le sumamos variables etarias o vinculadas al NSE, la situación se vuelve incluso más compleja. Por eso la importancia de adoptar estrategias diferenciadas, que respondan a las necesidades particulares de cada grupo y que, finalmente, cumplan con el objetivo de ayudar a cerrar las brechas de género que buscamos.
Los detalles más actualizados sobre el nivel de urgencia de cada segmento los hallamos en el estudio de brechas de género en la inclusión financiera, lanzado en septiembre del 2023 por Credicorp. Según este documento, apenas el 18% de las mujeres peruanas tiene un nivel alcanzado/óptimo de inclusión financiera (en el caso de los hombres, el 25% logra este nivel). No obstante, el porcentaje es menor cuando se trata de mujeres de NSE bajo, mayores a 43 años, amas de casa o jubiladas, de bajo nivel educativo o que se autoidentifican como descendientes de pueblos originarios. Estas son las características de las personas más excluidas del sistema financiero. Mientras más de estos elementos calcen en una persona, probablemente su nivel de inclusión financiera sea más bajo.
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Ahora bien, ¿realmente importa la inclusión financiera? Estoy convencida de que sí, y mucho. La inclusión financiera significa mucho más que simplemente tener acceso a productos bancarios. Se trata de empoderar a las personas para que tomen el control de su vida económica, de que accedan a más oportunidades, de que puedan crecer y construir un futuro más próspero para ellos mismos y para su entorno. Inclusión financiera no es solo contar con una cuenta en el banco, es también contar con seguros inclusivos que den soporte a los pequeños emprendedores en caso de un incendio, es usar una billetera digital para transferir dinero desde cualquier zona del país, es contar con ahorros para enfrentar eventos adversos que puedan presentarse.
Diseñar estrategias desde este frente exige tomar en cuenta datos como que el 24% de las mujeres de zonas urbanas está incluida en el sistema, pero apenas el 11% lo está en el caso de aquellas que viven en zonas rurales, principalmente por el acceso limitado a la educación financiera. Es vital, en este sentido, que adoptemos una visión país, más allá de solo Lima o centros urbanos.
Las mujeres mayores a 18 años enfrentan distintas barreras para acceder al sistema financiero. Por ejemplo, según el Banco Mundial, es más probable que carezcan de un teléfono móvil, vivan a una distancia considerable de una sucursal bancaria o requieran apoyo para abrir y utilizar eficientemente una cuenta. A esto se suma que, en los países evaluados en el Índice de Inclusión Financiera de Credicorp (IIF), las mujeres, en promedio, cuentan con menos productos de ahorro y de crédito que los hombres, así como un uso mensual de productos financieros menos frecuente.
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¿Qué hacer al respecto? Como mencionaba al inicio, no existe una única solución debido a la diversidad de esta enorme población, pero sí hay ciertos lineamientos que pueden aplicarse a grupos importantes dentro de esta. Menciono dos:
El primero es fomentar el uso de billeteras digitales, ya que facilitan y descentralizan el acceso a servicios financieros. Estas suelen tener una experiencia de uso simple y, por lo tanto, es un mecanismo muy útil para fomentar el acercamiento hacia el sistema en general. Además, promueven la autonomía económica, algo necesario en el Perú. Y el segundo punto es seguir impulsando estrategias de educación financiera. Desde fines del 2023, esta temática ya está incluida en el currículo nacional, lo cual es una buena noticia. La educación financiera promueve el uso responsable y adecuado de los productos y servicios financieros y, por lo tanto, genera una mayor confianza, alimentando entonces un círculo virtuoso.
El Perú ya tiene una estrategia nacional de inclusión financiera, lo que toca es mantenerla actualizada, incorporar el uso de nuevas tecnologías que permitan descentralizar los servicios y, sobre todo, adaptar de manera proactiva las acciones a las necesidades de los distintos grupos de mujeres que existen en el Perú. No esperemos a que ellas se tengan que adaptar a una respuesta que no ataca su urgencia.
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