Daniel Velandia, economista jefe de Credicorp Capital
(G de Gestión) En mis conversaciones con inversionistas peruanos durante las últimas semanas, un notable pesimismo es evidente. Si bien la confianza empresarial y la del consumidor se han mantenido en terreno pesimista por varios años, lo cierto es que en estos meses el sentimiento luce claramente diferente. Esto sería resultado de una recesión económica inesperada y, por tanto, de un significativo error de pronóstico: la proyección de crecimiento pasó de cerca de 2.5% a comienzos de año a un número cercano a 0% hoy.
Aunque era imposible proyectar la conflictividad social de los primeros meses del año y los eventos climáticos que le siguieron, parece ser que la atención se enfocó excesivamente en los potenciales impactos del fenómeno El Niño costero en el verano, por lo que el que tuvo durante el propio 2023 habría sido subestimado. Así, mientras las discusiones se daban alrededor de la potencial repercusión de El Niño sobre la economía en el 2024, estimamos que el fenómeno climático que comenzó hacia el segundo trimestre del 2023 le restó al menos 1.5 pp al crecimiento del Producto Bruto Interno (PBI) este año, en medio de fuertes caídas en sectores como la agricultura y la pesca (esto último, tras el primer cierre de la temporada inicial de anchoveta desde el 2008). Esta cifra de 1.5 pp no dista mucho de nuestra estimación publicada en el 2015, que sugería un impacto de cerca de 2 pp cuando se presenta un fenómeno El Niño fuerte en el Perú. Con todo, la contracción sistemática de la actividad durante los últimos meses implicó una profunda sorpresa, lo que se reflejó en un mayor pesimismo.
LEA TAMBIÉN: ¿Perú rumbo a salir de recesión? Esto es lo que dice Moody’s sobre la economía peruana
Aunque debe reconocerse que el fenómeno El Niño puede continuar incidiendo sobre la actividad en los próximos meses dependiendo de su nivel de intensidad, la combinación de los factores que restaron al crecimiento del PBI este año ha dejado una base de comparación muy baja, y es de esperar que esto no se repita o que, al menos, no tenga el mismo efecto el próximo año, lo que conduciría, necesariamente, a un rebote de la actividad. Así:
i) confiamos en que se mantenga una mayor estabilidad social a lo largo del 2024;
ii) las contracciones observadas en agricultura y pesca no deberían repetirse (a modo de ejemplo, si, en un extremo, no se abriera la primera temporada de anchoveta nuevamente en el 2024, la variación de la pesca sería más cercana al 0% y no del −61% observado en el 2Q23);
iii) la inversión minera cayó 23% en el primer semestre del 2023 principalmente por el efecto de la finalización del proyecto de Quellaveco, un efecto de una sola vez; y
iv) el 2023 fue el primer año de gobiernos subnacionales, lo que siempre se traduce en una baja ejecución de gasto público. Todo esto en medio de una reducción de la inflación y de las tasas de interés desde sus niveles más altos en más de 25 años, así como de un monto significativo de recursos comprometidos por el Gobierno para enfrentar, justamente, los efectos del fenómeno El Niño.
Con todo, más allá de los retos, el 2024 seguramente será mejor que el 2023, por lo que existe espacio para un moderado optimismo.