Profesor de los Programas en Sostenibilidad de ESAN
La COP26 tenía como objetivo generar consensos para reducir las emisiones de dióxido de carbono (CO2) globales y no sobrepasar los 1.5 grados Celsius. Si fallamos, científicos, políticos, Gobiernos, organizaciones no gubernamentales (ONG), activistas y medios de comunicación de todo el mundo avizoran un colapso ambiental caracterizado por el irreversible derretimiento de los polos, la aceleración de la acidificación de los océanos, el incremento de los desastres naturales y la inminente extinción en masa de especies de animales y plantas.
Como resultado, la COP26 llegó, incluso, a ser catalogada como “nuestra última oportunidad como especie” para evitar el apocalíptico “punto de no retorno”.
Al respecto, el doctor Bjorn Stevens, director del renombrado Instituto Max Planck de Meteorología, no concuerda con esta última apreciación porque, según él, no hay bases científicas que sustenten esa precipitada aseveración. No obstante, algo en lo que el doctor Stevens y los 193 científicos responsables del último reporte del Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) coinciden es en el innegable aumento de partículas de CO2 que, desde el 2017, superaron la barrera de las 400 partes por millón (ppm).
La COP26 congregó a más de 25,000 asistentes, incluyendo mandatarios, personal de seguridad, cuerpos técnicos, delegados, traductores y equipos de apoyo, entre otros. Esto se tradujo en una generación equivalente a más de 102,000 toneladas de CO2 (el doble que su antecesora COP25, celebrada en Madrid).
Solo el 60% de este cálculo correspondió a traslados aéreos y el resto, a la generación de residuos, el consumo de agua y electricidad y, sobre todo, de combustibles (como, por ejemplo, para alimentar a los 85 vehículos pertenecientes a la comitiva de Joe Biden). Además, el apetitoso menú del evento, compuesto por carnes y pescados, tampoco pasó desapercibido, debido a su alta huella de carbono. ¿Acaso no era posible desarrollar este evento en formato virtual? La congruencia se hizo esperar.
La COP26 tuvo que ser presencial no solo por ser un escenario de connotación política en el que los mandatarios buscan el apoyo de sus conciudadanos, sino también porque es una arena de pugna geopolítica donde las naciones participantes miden sus fuerzas en materia económica. Ejemplo de ello fueron los siguientes cuatro aspectos de mayor preponderancia:
- Se acordó disminuir el uso de combustibles fósiles y eliminar sus subsidios (incluyendo el carbón) sin establecer una ruta cuantitativa.
- Respecto a la disminución del uso del carbón, esta propuesta solo fue ratificada por 40 países. Las economías dependientes de este recurso (responsables del 37 % de las emisiones globales), como China, India, Estados Unidos y Australia, se negaron a suscribir este acuerdo.
- Se solicitó un mayor apoyo económico por parte de los países ricos hacia sus contrapartes en desarrollo, que fue calculado en, aproximadamente, US$ 100,000 millones. Ese monto se utilizaría para acelerar la transición hacia energías más limpias y mitigar desastres naturales. Sin embargo, el presidente de la COP26, Alok Sharma, reconoció que es casi seguro que no se cumplió con el objetivo.
- Lo más rescatable, quizá, fue la intención manifestada por 100 países (responsables del 85% de la vegetación mundial), que acordaron luchar contra la deforestación. El problema es que no se determinó cómo se controlarán estos avances.
En resumen, luego de seis intensas sesiones de negociación, la COP26 no convenció. En tinta y palabras quedaron muchas buenas intenciones con carencia de metas claras. Sin duda, la falta de carácter vinculante de los acuerdos y las promesas de automonitoreo de los compromisos adquiridos no tendrán efectos relevantes en la lucha contras las emisiones de carbono. ¿Se repetirá acaso el mismo guion en la COP27 de Sharm El-Sheikh, en Egipto, el próximo año?