Durante dos semanas, con la asistencia de más de 130 jefes de Estado, representantes de 196 países y 25 mil participantes formales e informales (40 mil según algunos), la Conferencia de las Partes del Convenio sobre Cambio Climático se realizó en Glasgow (COP 26) sin lograr, de nuevo, un acuerdo general, definitivo y vinculante sobre la materia.
Aunque hubieron avances significativos en relación al Acuerdo de París (2015, COP 21) orientado a la reducción de la tasa de avance del calentamiento global hasta lograr su neutralidad, los entendimientos logrados fueron resumidos en apenas una página por la Secretaría de la reunión. Éstos versan sobre control del calentamiento global, adaptación y mitigación de daños, fortalecimiento institucional y logro del financiamiento necesario (especialmente para los países menos avanzados y en desarrollo).
Sobre estas bases se han esclarecido y fortalecido los objetivo generales referidos tanto a la estabilización de la concentración de gases invernadero en la atmósfera mediante la disminución de emisiones como al desarrollo sostenible.
Por lo demás, los avances realizados en la normativa del mercado del carbono el Acuerdo de París han permitido que éste sea reconocido como operativo y no sólo declarativo. Pero, en relación a los demás acuerdos no queda claro cuáles son vinculantes y cuáles no lo son.
De otro lado, si bien se ha mantenido el objetivo de impedir que la temperatura global suba por encima de los 2º C en el siglo pero procurando que ese incremento no supere 1.5º C teniendo como base los niveles pre-industriales, la tendencia se proyecta por encima de esos valores.
Este problema, que constituye una amenaza global (de carácter “existencial” según el Presidente Biden), se agrava por la subsistencia de intentos manifiestos de algunos países emisores de gases de efecto invernadero que desean que los objetivos del Acuerdo de París se flexibilicen. Al respecto, se espera que en próximas reuniones se logren compromisos más firmes.
En este punto las referencia son dos. Primero, un plan ya acordado para reducir el empleo del carbón (responsable 40% de las emisiones totales y cuya mención que ha sido considerada como un triunfo en Glasgow). Segundo, el acuerdo sino-norteamericano para cooperar en la reducción de emisiones de metano (30% de esa emisiones deberían terminar en 2030) y en la producción de energías limpias(BBC)
De otro lado, el énfasis en los objetivos de adaptación al cambio climático no se refleja aún en compromisos efectivos sino en “programas de trabajo” que “identifiquen necesidades colectivas y soluciones” frente a la amenaza. Sobre esta materia, se han fortalecido redes de asistencia a países afectados y creado registros de información climática. El propósito es mejorar la estadística colectiva y la comunicación global sobre la problemática.
Para las tareas de adaptación, los países desarrollados han renovado el compromiso de aportar US$ 100 mil millones anuales para asistir a los países en desarrollo más afectados. Entre ellos se encuentran varios de los países con mayores problemas para disminuir la deforestación de manera significativa. En este punto, destaca la “promesa” (no el compromiso) de alrededor de 100 países para terminar con la deforestación hacia el 2030 (un objetivo de dudosa realización) . El financiamiento en cuestión queda, sin embargo, pendientes de futura precisión de aportantes (ONU, prensa).
En el lado de la mitigación de los efectos del calentamiento global, las partes han renovado el compromiso de reducir las brechas entre emisores para procurar que, en esta década, se pueda lograr la meta de no superar el incremento de 1.5º de calentamiento (ONU). Las brechas ya han sido identificadas. Este compromiso de mitigación parece, sin embargo, todavía incierto a la luz de la referida indisposición de algunos grandes emisores.
Como se ha mencionado, el sustantivo progreso en el establecimiento de normas referidas al mercado de carbono ha sido considerado un éxito en Glasgow.
En este mercado, ciertos emisores que no pueden reducir sus desechos “compran” liberaciones para emitir pagando un precio establecido en términos del costo incurrido por cada unidad de emisión reducida por los países que sí cumplen con sus obligaciones. De esta manera se financia al que cumple con sus responsabilidades y el que no lo hace paga por ello dentro del “mercado”.
Las normas que organizan ese mercado permiten a las autoridades de la ONU afirmar que el Acuerdo de París es operativo en tanto éste estableció los fundamentos para ello.
Si lo logrado en Glasgow es significativo pero aún insuficiente, es claro que desde que en 1972 se establecieron las grandes reuniones multilaterales sobre asuntos ambientales, la insuficiencia de logros es una constante. Y si en lugar de dos pasos adelante las partes sólo dan uno (mientras que en la práctica, quizás, se dé también un paso atrás) no parece que los intereses de los Estados y de los agentes emisores puedan converger con las exigencias del desarrollo sustentable en los plazos previstos.
Si, desde la década de los sesenta del siglo pasado, el avance más visible en la materia quizás sea el incremento de la conciencia ambiental en la sociedad y la más actual racionalización de esa conciencia en los agentes económicos y los estados, para progresar más decididamente en la materia quizás sea necesario procurar algunos cambios para la precisión y seguimiento de los compromisos. Y también en los factores colaterales, como el formato de estas reuniones.
Al respecto, parece claro que la participación directa de la sociedad civil en las negociaciones es necesaria. Pero quizás su aporte podría realizarse mejor en niveles nacionales y regionales para que luego, en el ámbito global, los representantes estatales puedan negociar de manera más ejecutiva derechos y obligaciones.
Si el cambio climático es un problema global complejo, es hora de afrontarlo disminuyendo los costos de la complejidad supernumeraria como puede serlo la participación desmesurada en las negociaciones (¡25-40 mil participantes en Glasgow!). Ello contribuye a que las soluciones sean muy dilatadas y, eventualmente, inabordables. De otra manera, el multilateralismo no sólo seguirá perdiendo eficacia sino también empeño frente a una amenaza como la del calentamiento global.