El Congreso tomó una buena decisión la semana pasada y aprobó una reforma constitucional que, entre otros puntos, permitirá el retorno a la bicameralidad luego de más de 30 años y restituirá la reelección de congresistas desde el 2026. Esto en el papel es positivo porque debería fortalecer las instituciones, pero en la práctica hay que ser muy claros: no resuelve el problema de “los niños”, “los mocha sueldo” o, más asqueroso aún, “los violadores”.
Y decimos que en el papel es positivo para el sistema institucional porque volver a una doble cámara con 130 diputados y 60 senadores debería promover una mayor reflexión y análisis sobre los proyectos de ley que se presentan en el Parlamento, para así tratar de frenar esa ola de iniciativas populistas que terminan afectando diversos sectores o, incluso, favoreciendo a ciertas actividades ilícitas.
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Desde el punto de vista teórico, también soy un convencido que restituir la reelección de congresistas tendría que generar mayores incentivos para que los “padres de la patria” actúen con más prudencia y pensando en los electores y no, como se ha evidenciado en este Congreso, solo en sus pequeños intereses particulares o los de sus jefes de partido.
Permitir la reelección también le da el poder al elector de premiar o castigar a sus representantes y evita que cada cinco años tengamos un Congreso totalmente nuevo e inexperto. Esto es más evidente con los alcaldes y gobernadores, que solo piensan en los cuatro años que dura su gestión y tienen pocos incentivos para hacer las cosas bien o pensar en un horizonte más amplio.
Pero como dije al inicio, la reforma constitucional aprobada por el Parlamento es una buena decisión en teoría; sin embargo, en la práctica no resuelve el problema de fondo: el cada vez más espantoso menú de candidatos que ofrecen estas organizaciones a los electores en cada elección. Y no me vengan con que es culpa de los ciudadanos que vamos a votar y elegimos a esas autoridades.
Partamos siendo brutalmente sinceros. No existen partidos políticos en este país. Son agrupaciones sin ninguna visión o propuesta de desarrollo real, controladas por cúpulas de poder, muchas de ellas familiares, que arman la lista de candidatos con criterios que poco o nada tienen que ver con el bienestar de la sociedad. La democracia interna es una fantasía y al final del día lo único que pesa es el dinero.
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Sino cómo explicamos la gran cantidad de congresistas de diversos partidos que literalmente les robaban el sueldo a sus propios trabajadores, sin que les haya sucedido absolutamente nada. Un presidente del Parlamento que ni siquiera se ruboriza al contratar a la hermana de la madre de su hijo en su despacho, o un “padre de la patria” acusado de violar a una de sus trabajadoras dentro del propio Congreso y que siguió despachando por varios meses.
Esto sin mencionar la larga lista de investigados, acusados e, incluso, sentenciados que desfilan por los pasillos del Congreso. ¿Podemos sorprendernos, entonces, cuando aprueban una ley que favorece a las universidades bambas, a la minería ilegal o a las combis asesinas?
Entonces, sí, la bicameralidad y la reelección son positivas, pero mientras no resolvamos el problema de cómo estas organizaciones políticas eligen a sus candidatos, lo que tendremos en el 2026 serán más diputados mocha sueldo o senadores violadores.
Magíster en Economía, diplomado internacional en Comunicación, Periodismo y Sociedad, estudios en Gestión Empresarial e Innovación, y Gestión para la transformación. Cuento con más de 15 años de experiencia en el ejercicio del periodismo en medios tradicionales y digitales.
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