
Escribe: Jorge Castro Uriol, docente de la carrera de Administración de Empresas de la Universidad Científica del Sur
El conflicto entre Irán e Israel entró en una fase crítica tras una operación militar israelí sin precedentes, lanzada el 12 de junio con apoyo de EE. UU., que golpeó instalaciones nucleares y figuras clave del alto mando militar, científico y político iraní. La respuesta de Teherán fue inmediata, con ataques sucesivos sobre objetivos israelíes, lo que desató una peligrosa escalada regional.
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Aunque ambas partes han anunciado un alto al fuego, las condiciones impuestas y las acusaciones mutuas de violaciones al acuerdo reflejan la fragilidad de la tregua. La tensión persiste, y Oriente Medio vuelve a estar en el centro de atención.
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Los mercados financieros no fueron ajenos a esto. Como impacto inicial el precio del crudo Brent llegó a dispararse hasta casi los 80 dólares por barril, impulsado por el temor a una interrupción en el Estrecho de Ormuz, donde transita un tercio del comercio mundial de petróleo. En paralelo, los principales índices bursátiles, como el S&P 500 y demás referentes globales, registraron ciertas caídas. En contraste, los activos refugio, como el oro, siguieron consolidando sus niveles actuales, reflejo de una mayor aversión al riesgo, avivado al temor de una ralentización de la recuperación económica, especialmente si el conflicto seguía escalando.
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Pero, ¿qué nos dicen las experiencias pasadas? La evidencia empírica revela patrones claros que permiten extraer conclusiones valiosas sobre el comportamiento de los mercados ante tensiones geopolíticas. Un análisis de los 25 eventos más relevantes, desde el ataque a Pearl Harbor en 1941 hasta las últimas tensiones registradas en Cachemira, demuestran que, si bien el impacto inicial suele ser negativo, la capacidad de recuperación del S&P 500 es notable.
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Si observamos las caídas desde el punto máximo hasta el nivel mínimo posterior, conocidas como drawdowns, estas tuvieron una duración promedio de 19 días, mientras que el tiempo de recuperación hasta los niveles previos alcanzó, en promedio, los 42 días. En cuanto a la profundidad de estas caídas, el drawdown medio fue del -4.7%, aunque eventos como el ataque a Pearl Harbor, con una caída del -19.8%, y la invasión de Kuwait en 1990, con un descenso del -17%, se ubicaron entre los episodios más severos. En lo que respecta a la reacción inmediata del mercado, el retroceso promedio fue moderado, con una caída del -1%. No obstante, se registraron excepciones significativas, como la guerra de Corea en 1950, que provocó un descenso del -5.4%, y los atentados del 11/09, que causaron una caída del -5%.
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El contexto macroeconómico fue también un factor clave en la profundidad y duración de estas coyunturas. Cuando coincidieron con períodos de recesión, los efectos fueron significativamente más severos: en más del 70% de los casos, se registraron pérdidas promedio del -11.5%, sostenidas durante al menos un año. En cambio, cuando estos episodios ocurrieron en fases de expansión, los retrocesos iniciales resultaron marginales, en torno al -0.1%, y fueron seguidos por recuperaciones sólidas en los doce meses posteriores.
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Otro hallazgo relevante es la resiliencia diferenciada por tipo de evento y contexto. Guerras como la de Vietnam o la del Golfo generaron caídas iniciales, pero fueron seguidas de recuperaciones prolongadas debido a que coincidieron con ciclos económicos alcistas. En cambio, el embargo petrolero de 1973, en un escenario inflacionario y contractivo, provocó caídas importantes y una de las recuperaciones más lentas.
Finalmente, el análisis por capitalización muestra que las empresas más grandes han mostrado mayor capacidad para absorber shocks geopolíticos en comparación con las pequeñas, cuya sensibilidad a la volatilidad es superior.
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En definitiva, el conflicto entre Irán e Israel podría seguir siendo un catalizador de volatilidad, sin embargo, es clave mantener perspectiva: la evidencia histórica demuestra que los eventos geopolíticos, por lo general, generan impactos acotados en el tiempo y no justifican decisiones precipitadas como la liquidación de las inversiones por temor a pérdidas mayores.
La historia también enseña que los periodos de mayor tensión suelen esconder oportunidades significativas para quienes saben mantener el rumbo. Tratar de anticipar movimientos de corto plazo no solo resulta costoso, sino que erosiona el rendimiento de los portafolios. Por el contrario, una estrategia bien definida, basada en la diversificación entre activos globales, alineada con un correcto perfil de riesgo, constituyen la mejor herramienta para lograr retornos consistentes y sostenibles en el tiempo.