Escribe: Leopoldo Gómez-Ramírez, profesor de tiempo completo del Departamento de Economía de la PUCP.
Para nada fue la catástrofe “socialista” que algunas(os) auguraban. Si por historia o transformación entendemos cambios positivos fundamentales y duraderos, tampoco fueron seis años “haciendo historia” o de “cuarta transformación”, expresiones que a menudo usa Andrés Manuel López Obrador (AMLO), el aún presidente de México. Más bien, el desempeño económico de ese primo a la vez cercano y distante que, en el Perú, es México –del cual, les aclaro, soy nacional– durante el sexenio de AMLO, iniciado en diciembre del 2018, ha sido de luces y sombras. Argumento enseguida, y dadas las limitaciones que una columna de opinión impone, que este balance es razonable hablando casi exclusivamente de dos indicadores. Pero de dos indicadores que son clave al evaluar una economía en vías de desarrollo: pobreza y crecimiento.
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Para empezar, no se olvide, lo mismo que al resto del mundo al gobierno de AMLO le tocó la pandemia, un choque negativo exógeno de proporciones, ese sí, pero en el sentido negativo, históricas. Relacionado con ello, la joya de la corona de la gestión económica del sexenio de AMLO es que, a pesar de la pandemia y su consecuente abrumadora crisis económica, se lograron avances en la reducción de la pobreza. Los avances, seamos claros, han sido parciales, pues algunas carencias tan importantes como la del acceso a la salud no han mejorado.
A la vez, seamos claros, parecen inequívocos y no menores. La tasa de pobreza monetaria en el 2018 estaba en alrededor de 42% y en el 2022 ya estaba en alrededor de 36%. En términos absolutos, esto significa que más de 5 millones de mexicanas(os) dejaron de ser pobres monetariamente. Esto es, para que usted entienda mejor, (a) la mitad de Lima Metropolitana o (b) Piura, La Libertad y la mitad de Arequipa juntos, los tres departamentos más poblados después de Lima.
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Más aún, hay evidencia que sugiere que estos avances son resultado de las políticas salariales (aumentos del salario mínimo), de transferencias sociales (cuyos recursos aumentaron en términos reales 100% entre el 2018 y el 2022) y de desarrollo regional (énfasis en el históricamente rezagado sur-sureste del país) de su gestión. Después de todo, no pueden ser el resultado de un vigoroso y sostenido crecimiento económico porque, abrupta y escandalosamente, no ha habido algo siquiera cercano a tal.
Aunque creo que a nivel global el tema de las críticas al crecimiento es importante, también creo que en el contexto de una economía nacional y en vías de desarrollo el crecimiento sí es necesario, si no suficiente, para mejorar la calidad de vida de todas las personas de forma sostenida (y si la Economía no se trata de eso ¿entonces de qué?). Relacionado con esto, la mayor sombra de la economía mexicana durante el sexenio de AMLO sigue siendo (el fenómeno ha sido el caso en México desde hace cuatro décadas) su muy insatisfactorio crecimiento económico. El PBI per cápita anual de ese país es hoy similar al del 2017, poco más de 190 mil pesos mexicanos; o sea, el crecimiento per cápita ha sido, escandalosamente, nulo. Además, y, contrario al discurso verbal de AMLO según el cual el neoliberalismo se acabó en México con su Gobierno, una de las razones de esto parece ser que la política fiscal de su gestión ha sido de austeridad, cíclica aún en tiempos de pandemia.
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Será la gestión de su desde octubre próximo sucesora, Claudia Sheinbaum Pardo, la que tendrá que sacar al país del ya más que largo período de pobrísimo crecimiento económico. No soy ni quiero ser futurólogo. Aclarado eso, todo sugiere que su gestión económica no será fundamentalmente distinta a la del Gobierno de AMLO. Finalizo señalando, de cualquier manera, que la Dra. Sheinbaum tiene credenciales académicas notables (Dra. en Ingeniería y en general científica por derecho propio) y que, para alguien como yo, perdónenme si soy ingenuo, ello es señal de optimismo.
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